30 marzo 2011

Trimalción en el Huevo Oeste

El gran Gatsby

Francis Scott Fitzgerald

Paréntesis, 2011. Colección "Orfeo"

ISBN: 978-84-991-9148-5

182 páginas

13 €

Traducción y prólogo de José Luis Piquero





José María Moraga

Es curioso cómo se nos acumulan las “novedades” editoriales. Justo ahora que Baz Luhrmann ha anunciado que para el año que viene va a rodar una versión de El gran Gatsby con Leo DiCaprio ‘et alii’, quizás convenga hacerse eco de la reedición que ha hecho Paréntesis de la magistral novela de F. Scott Fitzgerald. Un título tan elusivo y con tantas resonancias míticas como “La Gran Novela Americana” se ha convertido ya en un cliché, pero durante el tiempo –décadas- en el que este Santo Grial literario se buscaba activamente había un libro sobre todos que proyectaba una sombra de padre sobre toda la producción novelística americana, precisamente el que nos ocupa hoy.

De acuerdo, Moby-Dick (1851) y otras obras cumbres han pretendido este título -¿no publicó Philip Roth hace cuarenta años un libro humorísticamente titulado La gran novela americana? Pero si una de las características esenciales de esa supuesta quimera es ser a la vez reflejo y crisol de una sociedad y capturar el espíritu de una época en los Estados Unidos, nadie podrá contestar que eso lo logró como ninguna El gran Gatsby (1925), auténtico manual de instrucciones de la tan cacareada “Era del jazz”.

Lejos de perder vigencia, su comentario sobre el Sueño Americano (otro mito de la tierra que mejor los produce, empaqueta y vende) cobra hoy más actualidad que nunca. Y acaso estos años que corren de crisis financiera, con sus arribistas, fortunas hechas y deshechas en un plis y bonanza para la industria del lujo tengan más puntos en común con el periodo entreguerras de lo que estamos dispuestos a admitir. Obligatorio hablar, si hablamos del Gatsby, del Sueño Americano, encarnado en Jay Gatsby, el Bernard Madoff de los años 20, el triunfador bañado en oro (ojo: bañado, no de oro macizo). El nuevo Benjamin Franklin capaz de optimizar su tiempo libre para elevarse de la mediocridad hasta llegar a ser alguien (al menos, “alguien con dinero”). Y todo ¿por qué? Por el amor de una mujer, como cantaba Julio Iglesias, personaje que sin duda hubiera frecuentado las fiestas de Jay Gatsby, de haberse celebrado hoy.

Obligatorio también hablar de su simbolismo. En el Gatsby resuenan ecos del Trimalción de Petronio, pero su significado está profundamente ligado al siglo al que pertenece, el siglo XX. Los símbolos se acumulan en la novela: los imponentes huevos rocosos –East Egg y West Egg- que limitan la bahía donde viven los protagonistas, los ojos del anuncio del Dr. T. J. Eckleburg, la lejana luz verde que se distingue a duras penas… el futuro es algo que contemplamos en la lontananza, todos tenemos algo que esperar, Gatsby el que más, pero solo al final lo averiguaremos. El valle de las cenizas, ese páramo que también sirve de metáfora… todo contribuye a crear en la novela una riquísima atmósfera simbólica que no es mi intención desmenuzar aquí por si hay por ahí algún alma cándida que tenga la suerte de no haber leído el libro todavía.

Los personajes de El gran Gatsby se encuentran entre los más memorables de la literatura norteamericana, lo que hoy día equivale a decir “de la literatura global”, además de Gatsby están, entre otros, la extraña pareja formada por Tom y Daisy Buchanan, esos que rompen platos y dejan que los recojan los demás, la deportista Jordan Baker –representante de las chicas ‘flapper’- y el mejor, que dejo para el final. Nick Carraway, ese narrador del que pronto aprendemos que nos podemos fiar bien poco. Nick, ese cuyo padre le aconsejó que no hablara mal de los demás pero que no hace otra cosa en todo el libro. Ese que no es Gatsby, pero por cuya boca sabemos la historia de Gatsby. La historia de Jay Gatsby, un hombre admirable y despreciable a la vez, un hombre indudablemente atractivo, porque resulta imposible sustraerse a su glamour, mantenerse impasible en presencia de sus exquisitas camisas (por ejemplo), debe ser leída porque es un monumento a la literatura y porque proporciona un deleite indecible. También –qué duda cabe- por su carácter ya aludido de gran novela americana (permítanseme las minúsculas) pero en el primer párrafo deslicé una mentirijilla: la reputación del Gatsby no quedó establecida de modo incólume hasta bien entrada la segunda mitad del siglo que preside. En cuanto a 2011… ¿Leonardo DiCaprio haciendo de Robert Redford? Mejor quedarse con el texto original de Fitzgerald.

3 comentarios:

llya U. Topper dijo...

Cuando vi el título pensé: más vale que Moraga nos dé una buena razón por la que ha puesto una frase tan extraña a un clásico. Pero me ha convencido (como toda la reseña). ¡Enhorabuena!

José María Moraga dijo...

Muchas gracias, Ilya. ;) La verdad, pensaba que a la hora de reseñar una vaca sagrada com esta la pregunta que había que hacerse era "¿Por qué es este libro relevante hoy día? (si lo es...)

Unzalu dijo...

Ya sabes que lo leí por recomendación tuya... y vaya recomendación!

Gracias...