24 octubre 2011

Un valioso empate


La delicadeza

David Foenkinos

Seix Barral, 2011. Colección "Biblioteca Formentor"

ISBN: 978-84-3220-924-6

224 páginas

18 €

Traducción de Isabel González-Gallarza

Premio de los Lectores de Télégramme, Premio An Avel, Premio7éme Art, Premio des Étudiants et des Lectours des Écrivains du Sud, Premio Des Dunes, Premio Conversation, Premio de las Lecoras de Gael, Premio Humanités, Premio de la Biblioteca de Havre, Premio de la Ciudad de Vannes

José M. López

Al escribir esta reseña me ha sucedido lo que a algunos cronistas deportivos. Al final de la primera parte, y tras observar que el equipo grande ya aventaja por dos goles al modesto, el periodista se dispone a escribir su crónica, previendo la poca historia que le queda a dicho partido. Pero la segunda parte comienza con un gol de la escuadra más humilde, y tras unos minutos, esta llega a empatar. Así que el confiado reportero no tiene más remedio que borrar lo escrito y comenzar a explicar de nuevo estos nuevos acontecimientos que suceden ante sus sorprendidos ojos.

La delicadeza, novela del francés David Foenkinos (París, 1974), llegó a mis manos por extrañas y azarosas circunstancias. No era un libro que tuviera intención de leer, y tan solo me constaba de él que era conocido como “la novela de los diez premios” (Premio de los Lectores de Telegramme, Premio des Éstudiants et des Lecteurs des Écrivains du Sud, Premio de las Lectoras de Gael, Premio de la Ciudad de Vannes…) La crítica francesa alababa la obra con elogios del tipo “qué sutileza, qué ternura (…) esta historia de amar, de ser amado”, “un frescor infinitamente agradable, como la menta en pleno verano. Un bombón delicioso”… ¡Basta, por favor! Mis primeros acercamientos al texto no hicieron más que ratificar mis prejuicios. Me encontré ante una historia plenamente lineal, sin ninguna voluntad de estilo, donde gente joven y guapa ríe, llora y se enamora. Moccia en estado puro. Mi crítica iba a ser cruel y sanguinolenta.

Pero la novela fue avanzando y mi estado de enojo inicial se fue suavizando. Quizá porque me fui encariñando con una serie de personajes sinceros, honestos, dibujados de manera sencilla pero profunda, y a los que ya no me imaginaba tan guapos, tan perfectos. Mi rechazo inicial se apaciguó porque fui descubriendo que el autor no posee más pretensiones que la de narrar la historia de una hermosa joven parisina recién casada, con el trabajo y el marido perfectos, cuyo mundo se va desmoronando de una manera abrupta y descontrolada. Esta es una historia, por tanto, honesta, sencilla, sin ambages ni adornos destinados a brillar en el pecho del autor. Y esta sincera humildad se agradece, qué demonios.

Incluso el estilo de la novela empezó a no disgustarme. A pesar del cierto sonrojo que me seguía produciendo el color excesivamente naif de ciertas metáforas, agradecí la forma en que su frase fácil y de trazo limpio se fundía con fluidez con la historia de aquella muchacha. Pero también encontré ciertos riesgos, como la narración “guionizada” de ciertos fragmentos que presagian la ya confirmada aparición de una película basada en la novela. De la misma forma, la intertextualidad es un rasgo que caracteriza toda la obra, y que aporta dinamismo y frescura a la trama. Me topé con referencias divertidas que iban desde citas de la Wikipedia a definiciones de la Enciclopedia Larousse, pasando por recetas de cocina, cartas de restaurantes o listados de obras preferidas (como ya hizo Nick Hornby en su novela Alta Fidelidad). También disfruté, por qué no decirlo, de la aparición de alusiones más culturalistas que me eran gratamente familiares: la Nouvelle Vague, Julio Cortázar, Alain Souchon… Y es que esta es una novela tremendamente, excesivamente francesa, donde, al igual que esas maravillosas películas de François Truffaut protagonizadas por Antoine Doinel, nos encontramos, sencillamente, ante radiografías angustiosamente desternillantes acerca del amor y el desamor.

No esperéis encontrar aquí, por tanto, una obra densa sobre el alma humana, ni un párrafo que innove y os subyugue. La delicadeza es, sobre todo, una novela asequible y sin ambiciosos objetivos, exenta de todo mal gusto y que no aburre. Sí, hay que admitir que el periodista tuvo que cambiar su crónica. Tampoco diré que el equipo humilde terminó ganando el partido, pero no olvidemos que, tal y como está el mundo de las letras hoy día, un empate vale su peso en oro.

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