18 enero 2012

Doble viaje por el tiempo

Solo

Rana Dasgupta

Duomo, 2011. Colección "Nefelibata"

ISBN: 978-84-9272-373-7

416 páginas

21,90 €

Traducción de Marta Alcaraz Burgueño

Gran Premio de la Commonwealth 2010



José Martínez Ros

Como explicaba el premio Nobel hindú V. S. Naipaul en el curso de una de sus desconcertantes entrevistas, la novela india nació tras el impacto de la modernidad -y del colonialismo- en el subcontinente: eso fue, junto a las diversas conmociones que sufrió tras la independencia, lo que creó una generación de escritores indios que tuvieron la necesidad de explicar su país, que estaba cambiando de forma acelerada. Yo agregaría otra influencia, y en este caso no social, sino puramente literaria: el realismo mágico de autores hispanoamericanos como Rulfo, Alejo Carpentier o García Márquez, que encontrarían unos insospechados discípulos en un país lejano e inmenso, tal vez porque en sus obras encontraban las herramientas narrativas que necesitaban para una sociedad con bastantes semejanzas de fondo: una estructura familiar patriarcal, grandes diferencias sociales, sojuzgamiento de la mujer, la convivencia de diferentes etnias y religiones, una escasa distancia de una hipermodernidad absoluta con bolsas ingentes de atraso y pobreza.

Su mayor adalid, y donde más perceptible, quizás, se advierte es, sin duda, en Salman Rushdie, cuyas primeras, espléndidas y mejores novelas, Hijos de la medianoche y Vergüenza, son descendientes bastardas de los Cien años de soledad garciamarqueños, pero también se aprecia en otros destacados novelistas como Vikram Seth (Un buen partido), Amitav Ghosh (El cromosoma Calcuta) o Arundhati Roy (El dios de las pequeñas cosas). Solo es el debut novelístico de otro joven autor angloindio, Rana Dasgupta, por lo que recibió el Gran premio de la Commonwealth 2010 y los elogios del mismo Rushdie, sobresale precisamente por su originalidad, aunque presenta algunas de las características comunes de estos autores: nos hallamos ante una novela voluminosa, de gran ambición, cuya trama atraviesa décadas y complejas relaciones familiares.

Pero, para nuestra sorpresa, no está ambientada en Asia, ni siquiera en Inglaterra, sino en el este de Europa, en Bulgaria, donde Ulrich, un centenario que ha perdido la vista y se prepara para la muerte rememora su vida, cruzada por los grandes cataclismos de la historia del siglo XX: las encarnizadas guerras balcánicas, las dos guerras mundiales, la época de dominación nazi y la soviética y su fascinación por la ciencia química y la música. A lo largo de ese periplo, perderá sucesivamente a su padre, a su mejor amigo, a una esposa que lo abandona con su único hijo y a su madre: se encuentra, pues, completa y absolutamente solo. El personaje de Ulrich nos recuerda poderosamente, además, a uno de los prototipos más habituales de la novela rusa clásica: el del hombre sin especiales cualidades, el ciudadano anónimo arrastrado por el temporal de la historia, pero que, a pesar de los pesares, intenta salvaguardar su dignidad y una mínima libertad personal: hay mucho, por ejemplo, del Doctor Zhivago de Pasternak en el Ulrich de Daguspta. La novela, asimismo, destaca por otro elemento más imprevisible: a partir de cierto momento, pasamos de los recuerdos del protagonista a sus ensoñaciones, ambientadas en el mundo contemporáneo, en las que los personajes que ha conocido, amado, perdido u odiado adquieren nuevos roles. El cambio resulta sorprendente e inesperado: digamos que de ir montados en el transiberiano, de repente nos encontramos en una superautopista californiana; y del mundo soviético pasamos al Glamourama de Easton Ellis; y las páginas se llenan de sexo, drogas y rock. Si la primera parte de Solo podría haber sido filmada por David Lean, la segunda podría servir de base a una película de Danny Boyle o incluso Gaspar Noé.

Aunque existen bastantes paralelismos entre una parte y otra, podemos afirmar con justicia que estamos leyendo otra novela, incluida en el mismo tomo, pero autónoma. Desde luego, este quiebro puede desconcertar, y mucho, a un lector desprevenido, aunque ambas novelas se sostienen en la prodigiosa capacidad inventiva de Dasgupta.

No es una obra exenta de errores -se trata de una primera (doble) novela-: hay diálogos pobres, escenas demasiado esquemáticas, personajes tan bondadosos o inevitablemente malvados que suenan a tópico. No obstante, la demoledora imaginación de Dasgupta resulta tan abrumadora que no queda sino dejarse llevar y uno comprende que el venerable New Yorker la haya designado como una de las mejores novelas de 2011.

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