08 julio 2013

Soy hijo del Gabo y de San Tranquilino


No es que leer a Gabriel García Márquez sea, en principio, algo de lo que avergonzarse, pero indudablemente El amor en los tiempos del cólera es su obra más controvertida entre los críticos. Catalogada por muchos como un texto ñoño, propio de un culebrón, nuestro estadista Jabo H. Pizarroso se atreve a confesar su adicción a esta novela y cómo su recuerdo aún perdura.



Jabo H. Pizarroso

"El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas", 
Gabriel García Márquez (El amor en los tiempos del cólera)

Tras vestirse de Liquiliqui venezolano, recibir el Nobel en el año 1982, y fotografiarse con el Felipe González de la pana transicionera y la bodeguita preburbuja inmobiliaria, el Gabo se encerró en su casa de Cartagena de Indias y le metió mano a la novela que soñaba con escribir desde hacía grande tiempo atrás.

El amor en los tiempos del cólera es a Gabo lo que Las mejores intenciones es a Bergman, o La forja de un rebelde a Barea. Gabo busca a sus padres en este libro y trenza una historia de amor melodramática, un culebrón latinoamericano, algo que bien podían haber firmado Dago García o incluso Fernando Gaitán, el libretista de Café con aroma de mujer, o Betty, la fea, un relato enraizado en una historia de amor oculto entre dos personas que dura toda la vida, y que empieza y acaba como lo hacen los boleros... "¿Y hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?- le preguntó. Toda la vida-, dijo."

Fermina Daza fumando cigarrillos mentolados en un baño de porcelanas porcelanosas de nácar mientras Juvenal Urbino desrrama a un loro que se le ha escapado a una palmera real, y Florentino Ariza desvirga a una colegiala de trenzas meándricas y kilométricas antes de hacerle el amor y antes de devolverla a la escuela en medio de un caribe de calimas, Úrsulas, Aurelianos y Coroneles que no tienen quienes les escriban. Esta obra del Gabo, decimonónica y daguerrotípica, donde las colchas de cama, los abalorios, las estancias, las galerías de las casas y los alientos huelen a mora y a alcanfor, huelen a trementina y  a acetona, es un melodrama suavón, simple, cursi y lleno de orfebrería  literaria 'made in' garcía-marquez-pop. Según el Gabo es su mejor libro. Y yo estoy de acuerdo con él. García Márquez aquí homenajea ese género del amor y la lágrima que llena las televisiones de medio mundo desde los años ochenta y que viene firmado por escritores y escritoras de latinoamérica. La historia de un hombre que jura amor eterno a una mujer a la que esperará durante toda la vida para seguir demostrándole que le amó en ella, que le amó en todas y en otras, y que le sigue amando, es un libro para adolescentes en las nubes, para chavales y chavalas con pájaros azules en la cabeza.

Neutralizado y extasiado por la prosa de Gabo, me aventuré en este libro antes de meterme al Faulkner de Mientras agonizo entre pecho y espalda como si de una botella de whisky se tratara, y convertirme en un pez. Me metí en este libro seudobarroco, seudoalucinante, antes de follarme vivo, lectoramente hablando, a Reinaldo Arenas y antes de Lezamiarme o ser uno con Víctor Hugues, y estar investido de poderes en un siglo de las luces carpenteriano, antes de Eliseo Diego y Jesús Díaz, antes de estar borracho pero acordarme con Viscarra, y me metí en esa prosa repetitiva del Gabo, esa prosa que no cambia mucho desde que se asienta para la eternidad en Cien años de Soledad, o felicidad como le vi corregir una vez aquella cubierta de cátedra, hasta que noté que la picadura del culebrón El amor en los tiempos del cólera no se quitaba ni con Faulkner, ni con Monterroso, ni con Camus, ni con Anais Nin, ni con cualquier otro antídoto parecido.

Con él único quizá con el que se atemperó la fiebre coleriana, con el único con el que esa fiebre bajaba algunos grados y me permitía ver, y respirar y entrar en otras estancias de otras luces y otros olores y otras flores, fue con Thomas Bernhard y fue con Baroja, pero era eso, y era otra vez y nuevamente Gioconda Belli, que es un García Márquez mujer y sandinista, o Ana Istarú que es un Gabo centroamericano, o incluso César Vallejo, que es un pregabo, pero pasó el tiempo y ya desde el centro justo del caimán, desde Camagüey e incluso desde Isla de Pinos, pude gritar y reír Roque Dalton, pude exclamar también Desnoes, Roberto Arlt, Cortázar, Pizarnik, y Raúl Hernández Novás, pero siempre quedará en mi retrogusto literario un amargo y maravilloso sabor de almendra que me llevará sin cita previa, con nocturnidad, alevosía, y dolo hasta esta novela que comienza de una manera inolvidable y que es para mí como una letanía, un rezo, una sura de almuecín, una oración susurrada al oído, un algo que no sucumbe al olvido ni derrumba el tiempo,… Era inevitable: "El olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados."

1 comentario:

David Pérez Vega dijo...

Hola Jabo:

Yo igual que fui fan de Benedetti, también lo fue de Gabo. Creo que he leído todas sus novelas, y tengo un buen recuerdo de El amor en los tiempos del cólera, aunque su análisis temporal fuese mucho menos arriesgado que el de El otoño del patiarca, por ejemplo; su prosa siempre me pareció muy rica, muy vigorosa y musical. No sé que opinaría si leyese ahora El amor en los tiempos..., pero sí que tengo un buen recuerdo de ese libro.

Si el siguiente estadista confiesa que leía a Bukowski y le gustaba, me acabáis de matar.

Saludos