05 noviembre 2010

Disparos bajo tierra

Las tres balas de Boris Bardin

Milo J. Krmpotic

Caballo de Troya, 2010

ISBN: 978-84-96594-46-3

149 páginas

11,90 €




Carolina León


En algunas ocasiones, los libros nos hablan de tú, en otras disparan balas y hay que esquivarlas, en otros se decantan por dejarnos ver algo de su cocorota y escondernos la mayor parte de su volumen bajo una apariencia anodina, naturalista o revestida de género.

En la literatura que pone en nuestras manos el sello de Constantino Bértolo es bastante frecuente encontrar de este tercer tipo de libros que, podríamos decir, establecen una relación de disimulo y de reto al mismo tiempo. Libros-iceberg en los que la mayor parte del trabajo corresponde (es un decir) al lector, al que le toca reconstruir imaginaria y tenazmente los intersticios y espacios ocultos. Eso era: usted ya se ha dado cuenta de que esta absurda clasificación la acabo de inventar para encajar aquí algunas ideas que enmarquen Las tres balas de Boris Bardin. Usted, lector ideal, no es un comodón, usted, lectora consecuente, está habituada a que no todos los misterios se resuelvan ni todas las balas den en el blanco.

Yendo al meollo: Las tres balas de Boris Bardin, segunda novela de Milo J. Krmpotic (además de otros tres libros para público juvenil), podría entenderse también dentro de una cierta renovación del género policíaco-negro -hay policías, corruptelas, persecuciones, asaltos, tiros y muertos-, tanto como podría encajar entre la novela social o realista, al plantearnos un argumento nacido del contexto socioeconómico de Argentina. Krmpotic, barcelonés de padres de origen croata pero nacido en el Cono Sur, escribe un poco sirviéndose de esos moldes y, a su vez, los tritura. La peripecia en la que unos policías deciden robarse un furgón con la plata que custodiaban es, aunque central, contada tangencialmente, a través de los ojos de dos hombres: uno cuya motivación es dar caza a los listillos que han tratado de quedarse con un montón de dinero; el otro es el que da título a la novela, Boris Bardin, un ex policía incapacitado para trabajar por haber sido baleado y cuyo poco aliento va entero a lomos de la venganza.

No pierde la oportunidad de hablar de la situación argentina -a la que da generosas bofetadas a través de las divagaciones aguardentosas del investigador privado que va de cacería-, aunque dijéramos que en lo que de verdad se ceba el autor es en describir la ausencia de espacios de paz y completud para sus personajes, metáfora válida para muchos otros seres contemporáneos: mujeres que ya no saben quiénes son los hombres que duermen con ellas, hombres rotos obsesionados con una matanza que no les va a reportar nada, seres que tratan de arrebatar su oportunidad al destino, la ambición de un poco de sosiego para nuestras vidas, y por encima de todo el sinsentido común y arbitrario y cruel que todo lo acaba.

Y puede que unas cuantas cosas más, pero no es la intención de esta reseña acabar de hacer todo el trabajo que el lector o lectora ha de hacer por su cuenta; para poder entender qué le pasa a Boris Bardin y sus hermanos tendrá que vérselas con una escritura ubicua, forzada, llena de meandros, alejada de lugares comunes y estudiadamente deslenguada. Ni western contemporáneo -que tiene su lado épico- ni novela policíaca -en la que vuelan unas cuantas balas y dientes-: es otra cosa, indefinida pero cierta, una suerte de novela antiheroica y bastante pegada a lo cochambroso, que garantiza algunas buenas horas a todo aquel lector que guste de lo menos obvio y se pregunte a diario sobre el mundo y su absurdo, en el que estamos metidos hasta las narices.

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