14 noviembre 2011

La dolorosa necesidad del enemigo


Delirio

David Grossman

Lumen, 2011

ISBN: 978-84-264-198-4

230 páginas

17,90 €

Traducción de Ana María Bejarano



José M. López

Uno de los temas que David Grossman (Jerusalén, 1954) toca en parte de su obra ensayística, sobre todo en aquellos textos que intentan ofrecer algo de luz sobre el conflicto de Oriente Próximo, es la necesidad de los pueblos de crearse un enemigo para definir su propia identidad. Pero esta tendencia fatal a la que, según Grossman, se ven irremediablemente abocadas ciertas comunidades también afecta de manera personal a cada individuo, sobre todo al individuo enamorado, como intenta ilustrarnos en esta imprescindible obra de ficción.

Delirio es una novela de carretera, y, como toda buena historia que transcurre durante un viaje, este no será más que una excusa para conducir a los personajes a través de un itinerario interior mucho más profundo. En este tipo de narraciones lo normal es que aquellos tipos a los que conocimos al principio de la historia vayan sufriendo un cambio durante el trayecto, y que, una vez acabado este, una vez devueltos a su Ítaca natal, no sean los mismos que lo empezaron. Aquí nos encontramos ante un viaje que se pliega sobre sí mismo, claustrofóbico, donde dos personajes se ven obligados a compartir durante unas horas el interior de un coche que recorre, nocturno, la carretera hacia un destino temido para uno, ignoto para el otro.

En el asiento del conductor se encuentra Esti, un ama de casa abnegada y dedicada con fervor a su hogar, a sus hijos y a su marido, Mija. Este ha pedido a su mujer que haga el favor de llevar a no se sabe dónde y de manera urgente a su hermano Shaul, que se encuentra impedido debido a un extraño accidente que le ha dejado con el pie escayolado. La relación entre los cuñados siempre ha sido fría y desconfiada, ya que ella nunca ha comprendido la fervorosa admiración de su marido hacia un hermano vanidoso, excéntrico y caprichoso, como bien se puede entrever a partir de esta extraña petición. Sin embargo, y transcurridos los minutos iniciales del viaje, Esti se da cuenta de que el deterioro de Shaul no es solo físico. Este se encuentra emocionalmente torturado, debido a sus sospechas sobre una supuesta infidelidad de su mujer, Elisheva, que, según él, comparte su vida con otro hombre desde hace diez años, durante cincuenta y cinco minutos al día, momento en el que ella dice estar en clase de natación.

De este modo, el pequeño habitáculo que forma el interior del Volvo en el que viajan se torna en una especie de confesionario rodante donde Shaul se atreve, dubitativo al principio, a volcar sobre Esti esta tortura que lleva sufriendo durante todos esos años en los que nada ha contado a su mujer. Desde el asiento trasero, se dispone a transmitirle la desesperación que le corroe a diario al notar que su esposa le está siendo arrebatada por otro hombre con el que se imagina que esta ríe de manera más sincera, hace el amor de manera más ardiente, vive, aunque solo sea durante cincuenta y cinco minutos al día, de manera más intensa. Porque el celoso siempre considera que el otro, al que no conoce, lo hace todo mejor que él, y que la relación que supone que se le esconde es más completa y satisfactoria que la que él ofrece a su pareja. El personaje de Shaul se torna, por tanto, en un nuevo narrador que, dentro de la novela, y en un segundo nivel de ficción, relata a su cuñada, durante tal periplo nocturno, sus pesquisas infructuosas para pillar a la supuesta infiel, su delirio, en definitiva, que no es más que la sospecha infundada de una infidelidad ficticia orquestada por el infierno de los celos. El personaje de Shaul se convierte, por tanto, en un narrador poco fiable “de esos que tanto nos gustan” -Moraga 'dixit'-, que es capaz de inventar las historias más incongruentes con tal de seguir alimentando esa sospecha que termina dando sentido a su vida. De este modo, el marido puede sospechar de su esposa incluso cuando no hay pruebas de su infidelidad, ya que esta falta de indicios justifica, precisamente, la habilidad de esta a la hora de programar sus citas. En la novela, por tanto, suelen confundirse el narrador principal y el narrador personaje, como en esta ocasión en la que, a través de un estilo indirecto libre utilizado con pericia, se dice que “Eliseheva era siempre una persona muy inocente, muy transparente y clara, hasta el punto en que Shaul había empezado a preguntarse qué es lo que ocultaba con ese comportamiento tan perfecto”.

Estamos, en definitiva, ante un subyugante, apasionado y casi científico tratado sobre los celos, sobre todo de aquellos que se nos aparecen de manera obsesiva e injustificada. Sin embargo, y como aportación original de Grossman con respecto a otros escritores que han excavado en las oscuras profundidades de este sentimiento -léase Proust o el, en mi opinión con menor fortuna, Sábato de El Túnel- debemos destacar la idea sobre cómo los celos pueden funcionar como un motor que potencia la creatividad humana, en la medida en que el celoso, y cito palabras del propio autor en el epílogo de esta edición, “actúa -por supuesto sin saberlo- como una especie de artista”, que inventa una historia cruel recreada hasta en los mínimos detalles, de manera que estos “se acoplen a sus delirantes fantasías, hasta conformar una especie enrome mosaico”. Así, nos parece una de las más valiosas aportaciones del libro esta idea del celoso como dramaturgo involuntario y obsesivo que, dentro de su doloroso torbellino de dolor, solo encuentra salida en la recreación de esas situaciones en las que el amor entre su mujer y su supuesto amante siempre será más pasional, más elegante, más divertido y sereno que el amor lícito de los casados. Hasta tal punto, continúa el autor, “que los celos pueden llegar a crear, con todo el poder de nuestra imaginación y de nuestro deseo, un paraíso del que nosotros mismo nos vamos a desenterrar” ('sic').

Esti, cuñada del celoso Shaul, es, en un primer momento, tan solo la persona utilizada por este para hacerle llegar a su destino, un Caronte insignificante al que debe pagar con su relato para que le adentre sin muchas preguntas en su Leteo particular de ensoñaciones y miserias, en su infierno personal de celos y dudas. Sin embargo, y mientras los kilómetros van transcurriendo, esta se convierte en oyente imprescindible de esta alocada y dolorosa tragedia, inventada por aquel al que observa desconfiada desde el espejo retrovisor. Ella, única espectadora de tan angustiosa farsa, ve aumentada su empatía hacia aquel hombre al que creía engreído y prepotente, ya que su delirio le hace humano y cercano ante ella. Del mismo modo, el efecto catártico de la historia sirve a esa ama de casa ordenada y perfecta para atreverse a excavar en un pasado propio y doloroso que la persigue, y al que nunca se había atrevido a mirar de frente. De modo que, y como dijimos al principio, las dos personas que aparecen al final de la novela no son las mismas que la empezaron, al menos por la especial relación, de complicidad, de comprensión y de entendimiento, que se ha forjado inesperadamente entre ellos.

Un estilo desenfrenado y paranoico predomina en los parlamentos de Shaul, donde la yuxtaposición armónica de la frase se sucede con las descripciones, a veces sensuales, a veces desagradablemente realistas, de los detalles que adornan la supuesta relación de su mujer con él mismo y con su supuesto amante. En cambio, el estilo del narrador principal y externo es pulido y elegante. Dentro de su sintaxis sencilla y precisa se deslizan, sin apenas darnos cuenta, plásticas comparaciones, metáforas y sinestesias que facilitan al lector la comprensión de los oscuras heridas que albergan las almas de esos dos animales encerrados en un utilitario camino a ninguna parte, de esas dos criaturas a las que solo les unen sus llagas, ya sean reales o inventadas. En estos fragmentos las percepciones físicas y emocionales se confunden, consiguiéndose así transmitir al lector una compleja teoría acerca del dolor humano.

Delirio es una enorme novela que nos invita a emprender un viaje donde descubrimos que el ser humano necesita para definirse, para dar sentido a su vida, de la existencia de un engaño, de un enemigo que ponga en riesgo la armonía de su existencia, hasta el punto de que es capaz incluso de inventarlo en el caso de que este no llegue a existir. Como dijimos al principio, este es uno de los aspectos que utiliza Grossman para explicar, de manera bastante lúcida, el conflicto Palestino-Israelí, que tan de cerca le toca. Y es que si Borges decía que solo existimos si alguien nos piensa, de los textos de Grossman parece deducirse que solo existimos si alguien nos engaña o nos ataca.

6 comentarios:

José María Moraga dijo...

Esto tiene una pinta buenísima, señor! Habrá que pillárselo.

Anónimo dijo...

Buen José Manuel,

Efectivamente, le echaremos un ojo al tema. Y es que tanto el conflicto en Oriente Próximo como el tema de los celos bien contados me interesan.

Y, aparte de secundar tu opinión acerca del pasional Proust o el obsesivo Sábato, me estoy acordando de García Márquez, cuando sentencia magistralmente en Memoria de mis putas tristes: "Siempre he dicho que los celos saben más que la verdad". Grande.

Don CalcetínRelleno

José Manuel dijo...

Gracias por los comentarios. La verdad es que estamos ante una novela de peso, sí señor. Otro eterno candidato al nobel al que esperemos que no se lo den.

Coradino Vega dijo...

Estimado José M. López, me ha gustado tanto su reseña que esta tarde, al pasar por una librería, no he podido resistirme.

José Manuel dijo...

Me alegra saberlo. Espero, amigo Coradino, que no te defraudemos ni el señor Grossman ni un servidor. Un saludo.

Anónimo dijo...

Yo he leído el libro y para mí fue una gran frustración. El estilo se me hizo pesadísimo, repetitivo, pretencioso, y de una cursilería, a ratos, insoportable.
La historia está bien, pero el estilo no la sostiene. Y desde luego, el libro está muy lejos de la complejidad con que sí plantearon Sabato o Proust el tema de los celos.
Esa es mi opinión, por supuesto una cuestión de gustos...