06 septiembre 2012

Vivir sin troneras


Dura la lluvia que cae

Don Carpenter

Duomo, 2012

ISBN: 978-84-15355-16-8

362 páginas

21 €

Traducción de Ramón de España

Prólogo de George Pelecanos



Fran G. Matute

Dura la lluvia que cae (1966) es una obra aparentemente sencilla, un texto sin aspavientos estéticos o temáticos, y por ello es de difícil catalogación. Estamos ante la novela de debut de Don Carpenter, desconocido autor norteamericano -al menos por estos lares- que escribió esta potente historia de delincuencia juvenil y redenciones imposibles, que vio la luz justo cuando el movimiento ‘beat’ perdía fuelle y empezaba a despuntar la nueva ‘intelligentsia’ literaria americana. Así que Dura la lluvia que cae se nos queda en una especie de tierra de nadie si lo que queremos es contextualizarla dentro de algún movimiento histórico o cultural. Digamos, pues, que estamos ante una obra imponente y punto.
En el fondo, esta férrea novela tiene más en común con el ‘pulp’ que con la novela academicista, de ahí que se le asocie con el género negro más que nada. Pero si bien es cierto que en Dura la lluvia que cae hay crímenes, drogas, violencia y bajos fondos, no son elementos estos de los que se abuse en pos de la trama. No hay ‘exploitation’ en esta novela. Y tampoco sería justo afirmar que nos encontramos ante un producto meramente de consumo si tenemos en cuenta la profundidad de las reflexiones que inserta el malogrado Don Carpenter -se suicidó en 1995 emulando a su amigo Richard Brautigan, al ser incapaz de soportar por más tiempo las numerosas enfermedades que le aquejaban-, así como la calidad de la prosa que las sustenta.
Estamos pues ante un extraño híbrido temático. Nos atreveríamos a afirmar que lo que consigue Don Carpenter con esta obra es escribir una novela abiertamente norteamericana usando para ello los mimbres de la novela rusa por antonomasia. Dostoievsky está presente en Dura la lluvia que cae, no sólo porque la historia que plantea pivota sobre el crimen y el castigo, sobre la vida y el juego, sino porque se menciona al autor de Los hermanos Karamazov expresamente en el texto como símbolo de la culturización que ansía el protagonista de la novela.
Asimismo, Dura la lluvia que cae es una novela con un fuerte calado filosófico. Filosofía de la calle. De las salas de billar, que es donde transcurren gran parte de los acontecimientos de la novela. Pero Carpenter se ocupa de dar entidad a sus personajes, balas perdidas, tahúres de medio pelo engullidos por un sistema que aceptan y comprenden mejor que nadie, pues son ellos las víctimas y han decidido participar conociendo plenamente las reglas del juego. No hay aquí filosofía barata. No hay lamentaciones demagógicas. Sino una complejidad relacional, casi cósmica, de interconexiones entre los seres humanos en busca de estabilidad, de amor en definitiva, por muy manido y cursi que esto pueda sonar. De ahí que, indirectamente, se aluda al juego del billar como metáfora de dicha interconexión. La carambola como motor de la vida. El encuentro fortuito, el deambular sin sentido del ser humano sobre un tapete que no ofrece salidas fáciles, que no tiene troneras.
Carpenter ofrece, por tanto, un texto intachable lleno de personajes tridimensionales a los que tritura haciéndolos pasar por toda la maquinaria del sistema, ese pasapuré que son las instituciones sociales: desde el reformatorio a San Quintín pasando por las salas de billar, el mundo de la droga y la prostitución. Tiene esta novela ecos precursores de la obra carcelaria de Edward Bunker, así como similitudes estéticas con las novelas de Nelson Algren y el Cool Hand Luke (1965) de Donn Pearce (que, por cierto, alguien se debería preocupar de rescatar) y cómo no, con El buscavidas (1959) de Walter Tevis. Y no hemos podido dejar de canturrear el cancionero del primer Kris Kristofferson a medida que nos sumergíamos en esta odisea de jóvenes atrapados involuntariamente por su pasado.
En realidad, la publicación de Dura la lluvia que cae viene a cubrir el mismo hueco que ocupó hace un par de años el rescate de la exquisita Stoner (1965) de John Williams. De hecho, ambas obras fueron seleccionadas por la New York Review Books y a dicha institución se debe la feliz recuperación de estos textos aparentemente sencillos en su concepción y narración pero que esconden múltiples aristas interpretativas de eso que llamamos vida. Es este, a nuestro juicio, el gran don de la literatura norteamericana. Exponer los grandes temas de nuestra existencia desde la sencillez. Así que, déjenme tomar prestadas las palabras de mi compañero y amigo Dani Ruiz, al hilo de su valoración de la citada Stoner y afirmemos, sin más contemplaciones, que Dura la lluvia que cae es una de las mejores novelas que he leído este año. Y barrunto que en mucho tiempo.

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