29 octubre 2012

¡Corre, conejo!

Caza de conejos

Mario Levrero

Libros del Zorro Rojo, 2012

ISBN: 978-84-9403-360-5

163 páginas

22,90 €
 
Ilustraciones de Sonia Pulido
 
 

Sara Mesa

Fuimos a cazar conejos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Teníamos sombreros rojos. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Otros llevaban las manos vacías. Laura iba desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Teníamos un plan completo. Todos los detalles habían sido previstos. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de tres o de quince. En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes”. Así comienza Caza de conejos, un brillante conjunto de cien microrrelatos en los que los admiradores de Mario Levrero encontrarán su particular estilo condensado en pildoritas de ingenio, sensibilidad, ironía y un sutil y bienhumorado erotismo. Además, encontrarán también las ilustraciones de Sonia Pulido, que se fusionan plenamente con el espíritu irreverente y juguetón del texto, en una edición tan bella que es carne de regalo -o de autorregalo-.
 
Un grupo de cazadores, un idiota lascivo y sus sensuales primitas, un castillo, un bosque plagado de conejos -que a veces son conejos y a veces no-, guardabosques y osos camuflados: este es el escenario en el que se sitúan las pequeñas historias de Caza de conejos, en ocasiones solo imágenes que se esbozan en unas pocas líneas, siempre impregnadas de talento y de fuerza. Levrero, fiel a su tendencia a dinamitar las convenciones literarias, explora como pocos las posibilidades de la brevedad: más allá del ingenio, se zambulle también en el cuestionamiento de las instancias literarias. Personajes, narradores, estructuras, interpretaciones: todo es susceptible de ser dado la vuelta en cualquier momento con contradicciones, desdoblamientos y falsedades, en apariencia -y solo en apariencia- inocentes.
 
Los conejos han dado mucho juego en la literatura, y Levrero hace homenaje a esta tradición recogiendo citas de Cortázar (de su Carta a una señorita en París) y de Lewis Carroll, entre otros. Hay en los conejos de Levrero rasgos que los hacen graciosos, pero también repulsivos: su suavidad y ligereza por un lado, y al mismo tiempo el continuo roer, la reproducción sin freno, su astucia maligna. Las estampas conejiles de Levrero recuerdan en parte las infinitas variaciones de los conejitos suicidas de Andy Riley, porque no consiguen agotarnos y porque la crueldad siempre provoca la sonrisa. Los conejos son el enemigo, pero también el amigo, la excusa, el motivo, el disfraz, el sexo, el anhelo, el miedo, la risa. No hay nada forzado en los relatos, ninguna impostura. Puedo imaginarme a Levrero obsesionado de verdad con los dichosos conejos, del mismo modo que se obsesionó con las palomas que veía desde su ventana cuando escribió La novela luminosa. Escritor de obsesiones, Levrero escribe bajo la única premisa de la libertad -“la literatura es, quizá, lo único que me está permitido”, dejó dicho-. “Yo hablo de cosas vividas, pero en general no vividas en ese plano de la realidad con el que se construyen habitualmente las biografías”, dijo también en su famosa entrevista ficticia. Es decir, otro plano de realidad, pero realidad al fin y al cabo. 
 
La realidad resulta dislocada bajo la lupa de Levrero, y sin embargo no se trata de una dislocación caprichosa: es el resultado de una estética, de una manera peculiar de entender la literatura. Los que conozcan bien la original obra del uruguayo sabrán ver en este libro algo más que un divertimento. Hay en estas historias el mismo impulso creativo que en la sorprendente y muy recomendable “trilogía involuntaria” (formada por las novelas La ciudad, París y El lugar), en las que, según admitía el propio autor, importaban, y mucho, las imágenes extraídas de sus propios sueños. Caza de conejos, de 1973 -más o menos la misma época que esta trilogía-, es un libro que indaga en lo onírico, sin por ello dejar de ser un juego. Y al mismo tiempo, es un juego sin dejar por ello de ser puro Mario Levrero, el mismo escritor reflexivo y perturbador que se revelaría más tarde con su maravillosa ¿novela? El discurso vacío. Ser escritor, dijo en una entrevista, “no significa escribir bien, sino estar dispuesto a lidiar toda la vida con tus demonios interiores”. Y qué duda cabe, después de leer este libro, de que los conejos son representaciones de ciertos demonios ‘levrerianos’ que también asoman en el resto de sus libros. 
 
Levrero se pasó toda su vida cazando o tratando de cazar conejos, aunque una no sepa muy bien a estas alturas de la historia qué es en realidad un conejo. Las interpretaciones simbólicas sobre su naturaleza harían mucha gracia al escritor -él mismo bromea en uno de los microrrelatos del libro con algunas sus posibilidades-, así que lo mejor es que cada cual se quede con las suyas. Porque haberlas, las hay, y son bastante jugosas. Pero si no se desea buscar interpretaciones, o no se encuentran, tampoco es tan importante: el libro atesora en sí mismo otras muchas opciones de disfrute, entre ellas la de ser una deliciosa travesura, ocurrente y poética. Realmente un descubrimiento, una joya.

1 comentario:

David Pérez Vega dijo...

Hola Sara:

Me sorprendió que me mostraran este libro en la librería Iberoamericana de Madrid. No lo compré en ese momento por dos motivos: porque no tenía ninguna referencia sobre él y porque aún tengo en casa dos libros de Levrero sin leer.

Creo que lo acabaré comprando y leyendo los tres seguidos.

saludos