26 marzo 2010

Gente normal

La frontera sefardí

Jonathan Ray

Alianza, 2009

ISBN: 978-84-206-8395-9

302 pág.

22 €

Traductor: Pablo Sánchez León.



Ilya U. Topper

Los judíos eran gente normal. A esta novedosa conclusión llega Jonathan Ray en La frontera sefardí, una sesuda investigación sobre la historia ibérica en los siglos XIII y XIV.
Lo de ‘novedosa’ aquí no es ironía: generaciones de historiadores se han empeñado en dibujar a los judíos de cualquier época y de cualquier país como una comunidad religiosa (cuando no “étnica”) recluida en sí misma, conjurada para hacer frente al siempre acechante enemigo, sufridora de mil persecuciones y entregada al espíritu de la ley talmúdica. Una imagen falsa, pero hábilmente explotada por la clase política de un país que se reclama heredero de estas persecuciones e intenta proyectar su actual ideología hacia el conjunto del judaísmo.
Perdonen la última frase, enteramente salida de la pluma del reseñista: Jonathan Ray, profesor de Georgetown, no se mete en absoluto en política, ni intenta buscar paralelismos con ideologías modernas, ni acusa a nadie. No asesta mandobles: cuando les enmienda la plana a los historiadores anteriores lo hace con la cautela, casi timidez, del académico puro, revolucionario casi contra su voluntad.
Pero es revolucionario. Aunque los descubrimientos más llamativos no estén en titulares ni en negrito, aunque haya que buscarles en las frases subordinadas ―sí: léanse el libro de cabo a rabo, no les quedará más remedio― están ahí. Y con permiso de Ray y de sus cientos de notas a pie de página, voy a resumirlas aquí, de una forma tal vez algo más tajante de lo que al autor le gustaría: Los judíos de la Península no eran una minoría perseguida: podían representar al rey, tenían campos, castillos...
― Los judíos de la Península Ibérica no eran una minoría perseguida. Algunos eran recaudadores de impuestos con excelentes relaciones con la Corte y con un enorme poder; podían representar la autoridad regia para toda la población. Otros muchos poseían campos, molinos o talleres, incluso castillos: no eran una raza aparte.
― La sinagoga no era el centro de la comunidad; a veces ni había. El rabino no era nadie. Mejor dicho, el llamado rabino era un funcionario nombrado por el rey cuya tarea consistía en hacer respetar la ley estatal. Grandes teólogos judíos afirmaron rotundamente que los jueces judíos debían aplicar la ley del reino, siempre por encima de la de Moisés. En otras palabras: la comunidad judía sefardí era laica.
― La solidaridad entre los judíos en el interior de la aljama, la comunidad, no era precisamente proverbial. Aunque había autonomía para que jueces judíos resolvieran los pleitos entre los miembros de la comunidad, más de uno recurría al rey para que pusiera orden: la Corte no se veía como organismo opresor y ajeno sino como fuente de una Justicia más fiable que la propia. El rabino era un funcionario que aplicaba la ley del reino, no la del talmud: la comunidad era laica
― El rey aparece como garante de la integridad de los judíos frente a las autoridades cristianas. Las leyes inventadas por la Iglesia Católica para discriminar a los judíos apenas se llegan a aplicar; en los pulsos que echan obispos y comunidades judías, el rey siempre zanja a favor de los últimos. Aparentemente, en esta época, el rey no formaba parte del estamento cristiano sino que era la cabeza de un poder distinto y religiosamente neutral (¿entendemos ahora por qué Isabel y Fernando eran los primeros ‘reyes católicos’?).
Voy a parar aquí porque corro peligro de achacar a Jonathan Ray una visión de la historia que no es la suya o, en todo caso, va mucho más lejos. Pero es el mejor piropo que se le puede echar a un sesudo ensayo académico: emocionarse con él hasta el punto de descubrir una nueva visión de la historia.
De la traducción, poco hay que decir, de puro correcta. La edición, cuidada: gran parte de los documentos medievales citados aparecen con todos sus fizo y nenguno, probablemente porque Ray haya incluido los textos originales en las notas al pie (al igual que hace con los latinos). Cuando una frase está retraducida del inglés (habitual en las citas hebreas) se indica. Hay tres páginas de glosario, cinco de índice onomástico y analítico y 16 de bibliografía.
¿Algo más que hubiera deseado? No, porque el libro habría duplicado su volumen. Pero algo más por hacer, sí: Jonathan Ray se limita a describir, con minucia, la vida de los sefardíes ibéricos medievales. En ningún momento levanta la vista para hacer paralelismos ―que los hay, ¡y muchos!― con las comunidades judías bereberes de principios del siglo XX en Marruecos. La vida judía descrita representa lo que fue en todo el Mediterráneo meridional: parte normal de la sociedad
En una época en la que corren ríos de tinta para analizar la posición de los judíos en el ―así llamado― islam, La frontera sefardí nos hace comprender la vida judía marroquí del siglo pasado no es ni específica de ese país ni del contexto islámico: incluso la calificación del judío como ‘dhimmi’, es decir sometido directamente a la corona, no a las jerarquías administrativas islámicas, tiene su paralelismo exacto en los reinos cristianos medievales.
De la misma manera, unas referencias al Marruecos de hace cien años nos ayudarían a entender que lo que Ray describe no es, en absoluto, un caso único y específico de la ‘frontera’ ―lo que se empeñan en sugerir quienes acogen su libro favorablemente, tal vez en un intento de limitar el impacto de esta nueva visión histórica― sino un exponente lógico de lo que fue la vida judía en todo el Mediterráneo occidental y meridional: una parte de la sociedad de lo más normal.Si usted ha estudiado Historia y duda a qué dedicar su tesis, ya sabe.

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