14 mayo 2010

No ha lugar, señorías

Seré breve

Parlamento de Andalucía

Sevilla, 2009

ISBN: 978-84-88652-17-1

192 páginas

14 euros

Daniel Ruiz García

Se trata, estoy de acuerdo, de un libro anecdótico. Una de esas iniciativas curiosas que acaparan en el momento del alumbramiento todos los flashes y espacios de noticias simpáticas en los informativos. Para el que no lo sepa ya, Seré breve es un libro editado por la Fundación José Manuel Lara por encargo del Parlamento de Andalucía, en el que un puñado (15 en total) de parlamentarios dan rienda suelta a su vocación literaria, planteando piezas de todo género y condición.

Sin embargo, creo que el libro merece un puñado de reflexiones más allá del ruido del momento de su publicación. El propio hecho de la antología, así como su contenido, contienen aspectos muy jugosos que merece la pena poner de relieve.

A estas alturas, no creo que haya nadie en Andalucía que no se haya enterado ya del corte de suministro financiero que la Consejería de Cultura hizo hace un par de meses a la Asociación de Editores de Andalucía, en el que están representadas unas 70 editoriales andaluzas. Se trata de un asunto bastante dramático para muchas editoriales que prácticamente subsistían en Andalucía gracias a estas ayudas. Y que no ha hecho sino venir a evidenciar la debilidad de la industria andaluza del libro. Valga el siguiente dato: la Junta de Andalucía es, por volumen de publicaciones, la primera entidad editora de la región.

La publicación del libro que nos ocupa puede funcionar perfectamente como una alegoría en sí misma de la situación de debilidad de buena parte de la industria andaluza del libro: una Fundación que depende financieramente de un gran grupo nacional del sector de las comunicaciones y que vivió momentos mejores, al servicio de la Administración y de iniciativas de marcado sesgo político que le garantizan en buena medida su subsistencia.

Política y cultura. Una relación que a lo largo de la Historia siempre ha estado marcada por la tensión, y que invariablemente, en los momentos más delicados, ha inclinado la balanza hacia la primera. La política siempre ha mirado a la cultura con ojos avariciosos, y no ha escatimado nunca esfuerzos para aprovecharse de ella, apropiándose de méritos que no le pertenecían. La cultura, con su dimensión amable, ha constituido siempre un argumento de fuerza para ejercer la propaganda, y es por ello que, sobre todo en países y regiones donde no existe una verdadera industria que sepa hacer frente al poder, siempre ha vivido sometida a los designios políticos.

Otra capa de lectura interesante que se deriva de este libro tiene que ver con el propio carácter forzado de la antología. Hoy estamos acostumbrados a digerir antologías literarias de todo tipo. La proliferación de concursos literarios de las temáticas más peregrinas ha facilitado que prácticamente no haya tema que no sea susceptible de ser recopilado en una antología. En este caso, la antología no viene motivada por el asunto, sino por la naturaleza de los escritores. Y es que no son escritores, sino más bien aficionados. Esto, sin embargo, tampoco es correcto. Porque entre los parlamentarios hay algunos con bastantes obras publicadas y con una carrera literaria reconocida (caso de Calvo Poyato, que ejerce de prologuista). También hay algunos que han ganado algún concurso literario en algún pueblo o en sus tiempos de universitario, y a los que hay que reconocer esfuerzos en el pulido de su estilo. Y los hay que no se han dedicado nunca a esto, y carecen del pudor suficiente para resistirse a entregar a la imprenta piezas que resultan del todo sonrojantes. Después está un modelo que es muy propio de la política: el de negro literario, el jefe de gabinete de turno que saca las castañas del fuego al político al que sirve escribiéndole una pieza meritoria para salir del paso.

El resultado, en su conjunto, me parece más bien desenfocado. Cuando termina la anécdota, llega el momento de evaluar el proyecto, y creo sin paliativos que se trata de una iniciativa desafortunada. Entiendo que se trata de verle la cara amable a la política, acercar el Parlamento al ciudadano, etcétera, etcétera, etcétera. Pero para leer a Calvo Poyato, mejor nos vamos a sus novelas. Y los políticos, a gobernar. Con la que está cayendo ahí fuera, este tipo de concesiones a la lírica por parte de la clase política me parece excesivo.

1 comentario:

danicurri dijo...

este libro tiene una pinta de pestiñazo de tomo y lomo; los políticuchos, no contentos con empozoñar la política y la vida cotidiana, meten también sus pezuñas en la literatura por afán de protagonismo; por descontado, subvencionados por la Junta.
un saludo.