26 abril 2012

De la ceniza a la vida o de la vida a la ceniza



A punto de dejarlo

Enrique Baltanás

Paréntesis, 2012

ISBN: 978-84-9919-210-9

210 páginas

16 €

   



Jesús Cotta

Para los que nos pasamos la vida dejando de fumar y para los amantes de los libros inteligentes, esta novela tiene muchos puntos de interés.

Julián Arjona, el protagonista, trabaja de bibliotecario en la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla, hoy edificio universitario y quiere dejar de fumar. La novela transcurre en un solo día, la víspera del gran día en que se verá libre de la nicotina.

Ese propósito tan aparentemente sencillo constituye para él el inicio de una vida nueva, marcada por la salud, el amor y la plenitud. Los que, cuando fumamos nos atormentamos y, cuando dejamos de fumar, somos fumadores in pectore, nos solidarizamos con las elucubraciones del protagonista sobre el humo.

Yo, en mi lucha contra el tabaco, he agotado todos los argumentos psicológicos, biológicos, económicos, sociales... pero el libro me ha abierto un inesperado horizonte de argumentos: los filosóficos y los ideológicos. Kant, Sartre, la transición, la revolución, etc. me han revelado en este libro muchas cosas acerca del tabaco. ¿Fumamos porque tenemos vocación de ceniza, como dice el autor, para acostumbrarnos a la inminente llegada de la dama negra, o bien por un exceso de vida y de energía, aunque ello acelere la muerte? ¿El tabaco es un placer a pesar de la adicción o precisamente por la adicción? ¿Sería la solución fumar moderadamente, como aconsejaban los griegos (“Nada en exceso”) o esa solución solo sirve para gente que nace con vocación de moderación? ¿Existe gente así?

Y lo bueno es que toda esta filosofada está viva y en movimiento de las manos y de la cabeza del protagonista y su médico confidente Salvador López Cuadrado con su obra Espirales de humo, que me encantaría leer.

Los protagonistas que circulan por la obra, menos uno, que no diré quién es, son equilibristas porque buscan en medio de la tendencia natural al exceso el equilibrio que los libre del abismo. Desde fuera, unos parecen incoherentes y otros hipócritas, pero eso es solo la apariencia externa que la búsqueda interna del equilibrio produce en el observador ajeno. No estaría de mal recordarlo cada vez que despachamos a mengano y a fulano con etiquetas tales como chaquetero, chupaculos, desquiciado o superficial.

La novela está escrita en forma de diario y, aunque el tono predominante es amargo, nostálgico y desencantado, el protagonista trata bien a las personas, no se ceba con ellas, las acaba comprendiendo a todas, menos, según me parece, a él mismo.

Pero su tono amargo surte el muy positivo efecto de destruir los falsos ídolos ideológicos, mediáticos, políticos o sociales que han embaucado a tantos hombres: la coherencia política, la revolución, el éxito literario, la realización profesional, etc.. ¿Qué queda entonces en pie? El amor, que, por muy cursi que suene, es lo que uno, al final de su vida (¡Rosebud!), descubre que andaba buscando.

La novela ganó en el año 2000 el premio Tiflos y merece la pena su regreso al ruedo, porque es entretenida y con enjundia, dos cosas difíciles de conjugar. Aunque a veces uno echa en falta que el protagonista piense menos y actúe más y que dé algún puñetazo en la mesa y tenga un poco más de crótalos y castañuelas, uno se lo pasa muy bien descabezando con él las cabezas de esa hidra que nos impide encontrar lo verdaderamente valioso en este juego o sueño o río que es vivir. Si el protagonista lo encontró en el otoño de su vida, otros lo podrán encontrar gracias a su lucha en la primavera o el verano, con más estaciones que vivir por delante.

Dejar de fumar arreglará el vacío existencial del protagonista, pero no porque se vea libre de la nicotina, sino porque el adiós al tabaco es para él el adiós al desamor, a la sensación de fracaso, a la frustración como amante y como escritor. Por eso creo que, aun cuando no dejara de fumar, su vida dejaría de ser humo con solo el amor radiante que lo visita para salvarlo de la cercanía de la ceniza y de la muerte.

Pero dejo al lector la tarea de averiguar si lo consigue o no, algo que se lee entre líneas en las últimas magníficas páginas de la novela, que constituyen un cambio de perspectiva brevísimo, revelador como un relámpago y conmovedor.

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