22 febrero 2013

Los caminos del Diablo son inescrutables


El diablo a todas horas

Donald Ray Pollock

Libros del Silencio, 2012. Colección "Miradas"

ISBN: 978-84-940156-5-6

376 páginas

22 €

Traducción de Javier Calvo



Fran G. Matute

Que no. Definitivamente, Donald Ray Pollock no me convence. Ya tuve ciertos problemas de "credibilidad" con Knockemstiff (2009), por culpa de aquel supuesto realismo sucio que sabía a plastiquete, por mucha vocación ensayística que tuviera. Pensé entonces que el formato era precisamente lo que chirriaba. Incluso siendo verdad, no había Dios que se creyera aquellos relatos. Demasiado extremos. Por eso confiaba plenamente en reconciliarme con Ray Pollock a través de su primera novela, El diablo a todas horas (2011), un género que permitiría al autor dejar volar su imaginación -esa que presuponía perversa- y que no chocaría con mi aparente estrechez de miras. Quería creer. Pero nos hemos topado ahora con otros problemas mucho más insalvables, a mi juicio, que aquellos (ahora los veo así, en perspectiva) "pecadillos" que Ray Pollock cometió en su primera obra.

Y es una pena, porque El diablo a todas horas comienza de forma magistral. Exponiendo brillantemente una historia potentísima, protagonizada por un padre (Willard) y un hijo (Arvin) rodeados de enfermedades, fanatismos religiosos y violencia salvaje, que prometía enormes cosas. Pero una vez lanzado el anzuelo, a Ray Pollock se le empieza a llenar el bote de agua, poco a poco.

Me gustaría poder achacar los defectos que tiene esta obra a la falta de experiencia del autor. Pero si bien es cierto que El diablo a todas horas es la primera novela de Ray Pollock debería también tomarse en consideración que este señor cuenta con cerca de sesenta años y no creo que haya que estar a estas alturas perdonando pecados de principiante. Porque es precisamente eso, pecados de principiante, lo que percibimos en el texto.

La cuestión es que, una vez presentada la durísima historia de Russell y Arvin (que hubiese sido, por sí sola, un magnífica adición a su Knockemstiff) que, de alguna forma, es el eje principal de toda la novela, Ray Pollock se ve como obligado a recubrir dicha historia incluyendo personajes sin ton ni son. Personajes que, al final, se verán inexorablemente unidos a la tragedia de la forma más burda que existe. Piénsese, por ejemplo, en la pareja de 'psycho-killers' que van atemorizando las carreteras secundarias. ¿Cuántas historias se han visto ya como esa? Por no hablar del predicador que abusa sexualmente del rebaño infante de feligreses. Son caricaturas de escaso interés literario (al menos para principios del siglo XXI), forjadas por el cliché más irritante.

Esta situación es la que provoca, a nuestro entender, el gran desequilibrio que encontramos en El diablo a todas horas. Se dedican excesivas páginas a estos personajes sin enjundia -y que terminan siendo más circunstanciales que otra cosa- con el ánimo de engordar la novela, de hacer una obra coral. Y en el ínterin, se pierde la fuerza expresiva de la premisa, de ese eje central que es el que el lector quiere leer (o, al menos, el que a nosotros nos hubiera gustado seguir leyendo) y al que se acude en las últimas veinte páginas para proporcionar un cierre simplón y obvio. 

¿Cuál se supone que debe ser la lectura de la novela, su mensaje, su intención última? ¿Ofrecer una parábola de las consecuencias nefastas que tiene el fanatismo religioso en las mentes no educadas? Eso era, desde luego, lo que nosotros pretendíamos encontrar leyendo El diablo a todas horas. Y en sus primeras cien páginas se expone la cuestión perfectamente. El resto, es caída libre. Insistimos en que el verdadero problema de El diablo a todas horas son sus supuestas ansias de ambición. Seguramente piense Ray Pollock que a su edad ya va siendo hora de poner toda la carne en el asador. Pero al autor parece que se le olvida por el camino que una novela no es una mera acumulación de historias que se entrelazan de forma casual en el último instante, en un simple giro del destino. 

Hay una poética, evidentemente, detrás de todo lo que Ray Pollock escribe. Y es una que nos interesa, al menos, sobre el papel. Ese Medio Oeste fantasmagórico, paleto y abandonado a su suerte, que es el verdadero protagonista de esta obra. Nos recuerda al gótico sureño, que tanto nos gusta. Nos reconcilia con el ‘white trash’. Su obra parece contener todos los elementos necesarios para que nos encandile. De hecho, nos hubiera encantado colocar a Donald Ray Pollock al mismo nivel que, por ejemplo, James Dickey o Harry Crews. Pero si los caminos del Señor son inescrutables, no me quiero ni imaginar cómo serán los del Diablo. Y bien podría ser esta novela la prueba. Pues parece que, al escribirla, Donald Ray Pollock se haya metido en ellos para perderse, completamente, en su interior.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues a mí sí que me gustó mucho Knockemstiff (ciertamente jugaba a ser de un realismo muy poco realista, un "realismo sucio" exageradísimo, pero había estilo en su escritura), pero con la tuya son tantas las críticas negativas a su primera novela que me parece que definitivamente voy a esperar a su tercer libro publicado para reencontrarme con él. Un saludo.

José Martínez Ros dijo...

Pues del subgénero "noir con paletos norteamericanos", también llamado más líricamente "contry noir", me permito recomendar una magistral novelita que acaba de traducirse (y que voy a reseñar próximamente", Los huesos del invierno, de Daniel Woodrell (Editorial Alba). Lo mejor que he leído últimamente de narrativa norteamericana.