17 noviembre 2009

El acierto de la ingenuidad

Muhayababes (Chicas con velo)

Allegra Stratton

451 Editores, 2009

ISBN: 978-84-96822-60-3

278 páginas


17,50 euros


Traducción: Julia Osuna Aguilar

Ilya U. Topper

Mal empezamos. El título no se entiende: Muhayababes es un juego de palabras que funciona (a medias) en inglés, sabiendo que ‘muhayaba’ significa ‘chica cubierta con un hiyab (pañuelo/uniforme islamista). Pero dado que el lector español no identificará la palabra ‘babe’ (chica atractiva, pibón), el dardo no da en la palabra sino en el vacío. Si la editorial se hubiera atrevido a poner ‘Muhayabarbies’ ―asociación que sugiere la propia autora―, tal vez hubiera funcionado algo mejor.

Conforme uno avanza en la lectura, no se va reconciliando. El subtítulo ―Chicas con velo― promete una investigación sobre un fenómeno altamente actual y altamente preocupante: el de los movimientos islamistas modernos que arrasan entre los y sobre todo entre las jóvenes y están en vías de transformar por completo las culturas tradicionales del así llamado mundo musulmán. Es la investigación que se ha propuesto Allegra Stratton, periodista británica con formación de antropóloga. Pero no es la que nos ofrece.

Exceptuando un cameo a distancia de cien metros, la primera chica moderna tipo barbie con velo ―el primer ejemplar de esta extraña especie de muhayababes― aparece en la página 150. Hasta ese momento, Stratton se dedica a irse de copas con la farándula libanesa, colarse en ensayos de raperos, dilucidar los motivos de sus interlocutoras por llevar el pelo a lo afro y pulular por residencias de artistas ateos en Beirut y Ammán (sí, lo confieso, por supuesto yo habría hecho lo mismo, es infinitamente más divertido que ponerse a buscar chicas veladas, qué duda cabe).

La lectura podría ser aún divertida y, sobre todo, un refrescante contrapunto a tanta noticia de guerra de Oriente Próximo si no fuera porque el esfuerzo intelectual se nos va en intentar adivinar las referencias de la cultura juvenil británica en lugar de reflexionar sobre la libanesa o egipcia (“Tenía más rollo que Jennifer Beals en Flashdance pero menos que los extras de un video del MC precursor Grandmaster Flash”). La traductora transmite con mucho acierto el lenguaje juvenil-callejero-coleguita de la autora, a la que estamos tentados de adjudicar una carita de posadolescente semipija disfrazada de jipi. Dedica muchas líneas a describir la indumentaria de sus interlocutores, pero muy poco a contrastar datos y ofrecernos un contexto sólido. Durante su breve paso por los Emiratos nos enteramos de la disposición de los camastros en el estudio-albergue del productor de música, pero ni siquiera se nos revela si en Dubái las chicas llevan hiyab por la calle o van a pelo descubierto. Cuando de eso precisamente se trataba.

Pero... Pero pese a todo, Allegra Stratton se salva: su ingenuidad, incluso su ignorancia ―exhibida descaradamente― evita al menos la mayor plaga de la literatura sobre Oriente Próximo: la reproducción de los estereotipos cuidadosamente filtrados por los islamistas árabes y sus tan inconscientes secuaces agnósticos occidentales. Stratton ha ido a ver lo que hay. Y las copas y los canutos con la farándula al menos la han inmunizado contra la gran epidemia europea: la que hace creernos que el islam es lo que nos quieren vender sus más oscurantistas telepredicadores.

En este sentido, el libro de Stratton enseña infinitamente más que cien recortes de la prensa seria firmados por expertos europeos que se han estudiado el Corán hasta sus últimas notas a pie y ahora creen que saben algo del mundo musulmán (aplicando sus métodos de análisis, en España, país católico, no se podrían vender condones).

Es más: durante los capítulos dedicados a Egipto, acercándose a la figura del telepredicador joven y buenrollista Amr Khaled, Stratton revela con bastante acierto la estrategia de los teólogos fundamentalistas disfrazados de supermoderados y convertidos en ídolos de las masas (y en un excelente negocio de telecomunicaciones). Léanse, si pueden echarle mano al libro, las páginas 150-200. Son las que realmente importan (sólo dos precisiones: Egipto no es un país laico sino oficialmente islámico según su Constitución y se dice ‘los Ijuan’, no ‘la Ijuan’: significa Hermanos).

Si no tienen tiempo, leánse al menos el último párrafo de la página 199, que condensa la tesis de Allegra Stratton: Los telepredicadores amables y de cara guapa que se dedican a islamizar los países árabes, vendiendo una mezcla entre autoayuda, espíritu boy-scout y pegatinas leonardodicaprio, les están haciendo el trabajo sucio (el lavado de cerebro) a los movimientos islamistas como los Hermanos Musulmanes, que así pueden renunciar a reivindicaciones como la de implantar la charia (ley coránica) o la división de sexos en público. Ahora les basta con pedir más democracia, simplemente más democracia, y esperar a que caiga como fruta madura una sociedad que hace dos generaciones de islámica tenía el nombre pero que ahora se va, implacablemente, uniformando por obra y gracia de la televisión de satélite con capital saudí.

Allegra Stratton ha gastado un diccionario de la cultura pop juvenil londinense para explicarlo, pero tiene razón.

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