03 abril 2013

De ciudades y hombres


Ciudad abierta

Teju Cole

Acantilado, 2012

ISBN: 978-84-15277-92-7

295 páginas

22 €

Traducción de Marcelo Cohen



Rafael Suárez Plácido

Pasear, caminar y pensar siempre han sido consideradas actividades complementarias. Hay ejemplos (pienso en W. G. Sebald o en Peter Handke) de ilustres caminantes que empiezan a moverse y van dejando alas y espacio a su pensamiento y a su imaginación para así ir entretejiendo sus ficciones —o pseudoficciones. Podemos pensar, alejándonos algo más en el tiempo, en Walser o en Nietzsche o en Rousseau. Pero viajando hacia atrás en el tiempo, el mejor ejemplo sería más bien Sócrates que apenas sale de su propia ciudad en la que casi diariamente pasea y pregunta cosas a sus conciudadanos. Julius, el personaje de Ciudad abierta, sale cada atardecer  de su domicilio, en el campus de Columbia en Nueva York, a caminar y va repasando mentalmente algunos momentos de su vida que ni siquiera recordaba. El autor, Teju Cole, es muy joven, nació en 1975 en el estado de Michigan, en los Estados Unidos, pero pasó su infancia en Nigeria. Es fácil imaginar el contraste entre ambos países. Aun así, su antigua capital, Lagos, tiene algo más de ocho millones de habitantes y Nigeria es uno de los territorios con mayor estabilidad de su zona, pero el contraste es enorme. Julius es un negro mestizo, de piel clara, en Nigeria, mientras que en Europa o en los Estados Unidos es, simplemente, un negro más.

La “ciudad abierta” del título es Nueva York. ¿Es Nueva York realmente una ciudad abierta? Es complicado ver que cualquier ciudad de ese país lo sea, pero lo cierto es que —para empezar— casi el cuarenta por ciento de su población nació en el extranjero. Uno piensa en la isla de Ellis y en el centro de detenciones para inmigrantes ilegales donde Julius va como voluntario a visitar a un detenido africano; uno piensa en la película The visitor, de Thomas McCarthy y en que quizás fuera el mismo centro, pero no, allí debe haber muchos lugares como ese; uno piensa en que la mayoría de los personajes de la novela son de razas y culturas diferentes de la blanca que, normalmente, puebla la mayor parte de la literatura que conocemos; uno se imagina llegando a la gigantesca estatua de la Libertad: ¿es algo más que una excusa para hacerse una bonita fotografía?

Teju Cole había publicado anteriormente una 'nouvelle', una novela corta, así que puede decirse que esta es su primera novela. Y se trata de una de las mejores novelas que he leído en los últimos años. Sí, la traducción de Marcelo Cohen sin duda ayuda, pero también que es una novela alejada de modas, sin concesiones. El personaje es un mar de dudas y no para de plantearse cuestiones que van de la construcción de su propia identidad a por qué no le va bien con su pareja. Le van pasando cosas: cada tarde sale a pasear y camina kilómetros. Entra en bares o museos o en tiendas y se encuentra con gente que se le acerca y le pregunta sobre algún tema que en él se vuelve relevante. Está trabajando como psiquiatra residente en un hospital en el campus de Columbia. ¿Un americano medio? No, ciertamente. En todo caso, sí un neoyorquino medio. La única persona a quien visita regularmente es al profesor Saito, su antiguo y anciano profesor de literatura inglesa pre shakesperiana, un 'nikkei' estadounidense que fue conducido a un campo de concentración cuando su país entró en guerra con Japón. Viaja a Bruselas, que sí podría haber sido en el imaginario europeo una ciudad abierta, y entabla una cierta amistad con Faruk, un encargado del locutorio desde el que mira su correo y hace algunas llamadas cada día. Faruk es un marroquí que ha leído a Walter Benjamin y que opina que Tahar Ben Jelloun cuenta las historias que el público europeo quiere leer, mientras que Mohamed Chukri cuenta historias más reales, con cosas que de verdad le interesa a la gente. Sí, le responde Julius, pero “¿qué editor occidental quiere un escritor marroquí o indio que no trate con la fantasía oriental o no satisfaga el deseo de la fantasía? Al fin y al cabo, para eso están India y Marruecos, para ser orientales.” Ahí se deja ver al autor de raza negra y orígenes africanos que pelea para ser algo más que eso durante toda la novela. Aunque al regresar a Nueva York, envía a su amigo Faruk Cosmopolitismo, de Kwame Anthony Appiah.

Los fantasmas del 11S están presentes a lo largo de toda la novela: Julius visita la zona cero y describe cómo era antes y cómo es ahora; aquel joven africano preso en el centro de detención dice que el abogado de oficio le dijo que si no hubiera sido por el 11S tendría alguna opción más de entrar al país; Faruk le transmite cierta simpatía matizada por algunas acciones de Al Qaeda. De todas formas, la sensación que Faruk producía en Bruselas, en el tranvía o en la calle, y que él describía como de sospecha, realmente —piensa Julius— no era de tal, sino de miedo. El miedo es más irracional e imprevisible que la sospecha y ahí el 11S tuvo mucho que decir.

De la cultura hispana, sí encontramos algunas breves referencias: ese joven africano del centro de detención entra en Europa a través de Ceuta, Julius ha leído a Borges y cita el cuadro El entierro del conde Orgaz y una amiga comenta la película El espíritu de la colmena, de Víctor Erice con cierta profundidad.

Pero más allá de las referencias culturales, lo que prefiero de este libro es el fluir libre del pensamiento, las dudas de un hombre que sabe, que conoce algunos mecanismos del alma humana, que tiene dificultades para relacionarse, que a veces desearía ser invisible y otras ser amado. En este libro hay amistad, amor, conocimiento y todo ello en una prosa que nos lleva de la mano, sin soltarnos, por las calles de una ciudad maravillosa.

2 comentarios:

Alejandro Luque dijo...

Buena lectura de una hermosísima novela.

Anónimo dijo...

Fundamental. Impactante cuando escucha la novena de Mahler en el Carnegie Hall rodeado de blancos viejos y decrépitos