05 abril 2013

Promesas como nubes


El país imaginado

Eduardo Berti

Impedimenta, 2012

ISBN: 978-84-15578-18-5

240 páginas

19,95 €

Introducción de Alberto Manguel

Premio Las Américas 2011


Antonio Rivero Taravillo

Con creciente frecuencia, afortunadamente, la difusión de los autores más valiosos de Hispanoamérica va siendo cada vez más una realidad en España, no siempre acompañada por la de los mejores del viejo reino –no se sabe aún por cuánto tiempo– allí. De entre los argentinos, que son todo un caudaloso Río de la Plata, Eduardo Berti es un caso destacado.

Afincado actualmente en España, donde ejerce de traductor literario y sigue acrecentado su obra propia, Berti es bonaerense de 1964 y autor de los cuentos reunidos en Los pájaros (1993 y 2003) y Lo inolvidable (2004), más las novelas Agua (1997), La mujer de Wakefield (1999), Todos los Funes (2004), La sombra del púgil (2008) y La vida imposible (2010). El país imaginado obtuvo el Premio Emecé en la Argentina y, nada más ser publicado en Impedimenta fue galardonado con el premio Las Américas, de cuyo jurado formaron parte autores como Jorge Volpi, Fernando Iwasaki o José Ovejero.

¿Tiene que escribir un novelista español siempre sobre la guerra civil, un mexicano sobre la revolución o el narcotráfico, un argentino sobre la Pampa? Lo saludable de una literatura, pasadas las dudas existenciales de la adolescencia, es alzar la mirada y proyectarla hacia otros paisajes. Berti lo ha hecho con esta China un tanto desvaída, de la que no construye una crónica política ni social sino, por tomarle prestado el título a Vicente Aleixandre, una historia del corazón.

Todo el libro parece estar escrito desde una serenidad consciente, con pleno y sobrio dominio de las dotes narrativas del autor, para producir un efecto de ensoñación, de opiáceo venial y delicado en el lector, que se queda con las ganas de conocer más de la protagonista y de su amiga idealizada, la misteriosa Xiaomei. Un lenguaje secreto, el amor que no se atreve a decir su nombre, la convivencia con los antepasados, a los que quizá sería mejor llamar entrepresentes… todo esto envuelve la deliciosa novela, llena de reflejos y correspondencias en las que hay misterios sobre las identidades, muerte y nupcias, opulencia y una muchacha que la protagonista quiere como esposa para su hermano: una criatura bella y pobre, “muy pobre, como la perfecta heroína de una novela lagrimosa” (lo que no es en absoluto, aunque emocione, El país imaginado).

Entrar mucho más en este libro es como golpear una porcelana, y romperla, para ver qué guarda. Fuera de reseñar los diálogos entre abuela y nieta más como monólogos a dos voces que como espiritismo, o el acierto en la elección de la voz de la protagonista (salvo esos diálogos, en cursiva, El país imaginado está narrado en su primera persona), el excesivo racionalizar del crítico sobre el arte solo proyectaría sombra en este libro que posee esa virtud que Oscar Wilde ponía por encima de todas: el encanto. Y Berti lo consigue con la sencillez de su atmósfera, contrapunto de lo que es más complejo: las zozobras de alma, la melancolía, la añoranza de lo que pudo ser y nos ronda como el cortejo fúnebre de nuestras ilusiones.

Hacia el final de la novela, la protagonista se queja, impugnando a Jorge Guillén: “El mundo está mal hecho, dije.” Y de inmediato añade: “El mundo no está mal hecho, me corrigió Xiaomei. El mundo es así: algo que promete hacerse y jamás se hace en forma definitiva.”

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