Carmelo Guillén Acosta
Fundación del Colegio Oficial
de Aparejadores y Arquitectos Técnicos
de Sevilla, 2009.
ISBN: 978-84-96698-34-5
89 págs.
10 euros.
Rafael Roblas Caride
Para comunicarse, para sobrellevar la mediocridad, para impresionar, para pasar el rato en el bus, para envalentonarse, para hablar con Dios, para ligar, para soñar, para charlar con los muertos, para conocer gente nueva, para imaginar, para distraerse, para crecer, para protestar, para maldecir, para inmortalizarse, para salir de la enfermedad, para enviciarse, para estudiar a los clásicos,… Este sólo es el comienzo. A partir de aquí, hay más de mil razones por las que el hombre se echa la manta al hombro y se tira al monte de la poesía.
Carmelo Guillén Acosta lo tiene claro. Su vocación de poeta es tan generosa que nunca ha encerrado sus versos en un torreón bajo llave. Por eso, siempre que lo veo por la calle -Adiós, Carmelo-, los poemas se le desparraman por la sonrisa y, en el abrazo, un aire alegre asalta las esquinas haciendo florecer las macetas en los balcones. Por eso, la palabra poesía, en Carmelo, es siempre sinónimo de amistad.
Alguien más que yo soy es el último abrazo de Carmelo. Su espuela en esta ronda que reafirma ese estado de gracia. Él mismo lo advierte en las Palabras de reclamo que sirven como prefacio a los poemas: Ellos, los seres más allegados a mí, se pierden entre mis versos, me enriquecen interiormente y, por tanto, alimentan mi poesía, que nace del gozo de querer y de saberme querido. Poética rotunda y clara. Tan clara como su mirada de niño travieso. El libro -un sobrio volumen editado por la Fundación del Colegio de Aparejadores de Sevilla- recoge una pequeña antología que gira en torno al eje fundamental de esta razón poética. Esta se extiende desde Envés del existir (1977) y llega hasta La vida es lo secreto (2009), incluyendo al final el capítulo Y otros poemas, que adelanta cinco inéditos.
En la antología se encuentran los momentos más representativos de la maratón lírica del poeta Guillén Acosta durante estos últimos treinta años. Según el compás inconfundible del autor se derraman parsimoniosamente los versos, limpios y soleados, con una cadencia uniforme que contagia la alegría de vivir, la excepcionalidad de lo cotidiano, la celebración de la costumbre, la alabanza de lo pequeño. Carmelo Guillén Acosta hace crecer en torno al lector esa vida monótona del día a día y la eleva, transcendiéndola. Como en Santa Teresa, los pucheros cobran naturaleza de divinidad y se transforman en obras de arte. El milagro lo consigue el amor. Al hombre, a la vida, al aire (Mi vida se reduce nada más que a querer, / así levanto el día y así se me hace corto…).
Amistad, amor,… cara y cruz de la misma moneda. A veces indisolubles. Alguien más que yo soy no es un libro amoroso explícito, pero esa confusión de lindes hace que nos topemos con exponentes tan claros y bellos como el siguiente “Poema (sentimental) de amor”, composición que no podemos dejar de transcribir para disfrute del lector de esta reseña:
Contigo al fin del mundo y acabamos en cáceres
no llegamos más lejos porque el mundo termina
donde el corazón quiere nunca en otro lugar
por eso me decía contigo al fin del mundo
y yo preso en sus ojos creía que era aquello
si no el fin del mundo al menos su antesala
en cáceres me dijo y miré su mirada
en ella me perdí como en una ciudad.
Como no podía ser de otro modo, la cotidianidad del día a día se traduce en un lenguaje sencillo, directo, coloquial, casi prosaico. Fondo y forma en equilibrio. Jorge Guillén y Gil de Biedma proyectados al fondo de un paseíllo por el que desfilan los amigos: […] si no por qué me viene Fidel con editarme, / o quedo con Felipe a tiempo, siempre a tiempo, / o, hala, por qué César me llama por teléfono / y, mira tú por dónde, a sentirme a mis anchas, / o, digo yo, por qué, si no es porque me quieren […]. Sin embargo, esta coloquialidad no repercute en la profundidad de su obra. San Juan de la Cruz y Juan Ramón Jiménez se entrecruzan con la sabia voz anónima de la copla, del cantar, del flamenco.
De este modo, la antología avanza y surgen cabales reflexiones construidas sobre un monólogo interior lírico que sorprenden y se arraigan en el poema para que sean aprovechadas por el lector: A lo mejor es esto la amistad: verse a la vera / de alguien que contempla el mismo río azul / que tú y, sin pensarlo, / le dices algo así / como: -¡Qué!, ¿tú también? ¡Cómo me alegro!; o bien este otro ejemplo del arranque del poema “Solitarios”: Y siempre está de más quien no tiene esperanza / ni pone de su parte y se amarga en la vida…
Para finalizar, Guillén Acosta reserva lo más íntimo, quizás también lo menos optimista. Uno vuelve a los sitios donde se deja ver / la luz difuminada que entretejió la vida… Los padres, la ciudad, la autorreflexión. De especial intensidad resultan esas últimas páginas, las dedicadas a la selección de su último libro -La vida es lo secreto- y a los inéditos. Así, si la madre se retrata en un emotivo poema como consoladora, de la que fui engendrado, poco después es el recuerdo del padre el que asalta al poeta desde el cariño (y sigue vivo; y sigue enamorado / de mi madre…), para proseguir con la extrañeza de la ciudad natal (Ni siquiera los años que llevo aquí viviendo / dan razón de que haga de esta ciudad mi mundo…) y concluir en la confesión-balance “A los cincuenta y pocos”, donde “[…]hay palabras que / adquieren nueva vida: desastre, desandar, / desengaño, desgana, quizás deshabitado…". Quizás es la excepción que confirma la regla. Quizás es la constatación de que detrás de toda risa hay también un llanto que no respeta ni al poeta, aunque el poema se quede atrás (Por fuera, cerraré la puerta y pensaré / que el poema acababa justo al echar la llave).
Sully Prudhomme dejó escrito que no había en el día mejor momento que aquel en que dos amigos se reunían para hablar de cosas tristes. Cada vez que me topo con alguna composición de Carmelo Guillén Acosta recuerdo la sentencia y me reafirmo en su falacia. La poesía de Carmelo es una demostración de que el Premio Nobel francés se equivocaba. A pesar de que la tristeza, el desaliento o la incomodidad sobrevuelen el espacio, el amor –en cualquiera de sus manifestaciones- ganará la partida. ([…]Desde que te quiero, no sólo porque existes y / bebes de mi vaso el agua de tu sed, ten- / go mejor color y el tono de mi voz resulta / más suave […]). Es una manera distinta de mirar la vida. Es un modo diferente de enfocar la poesía, ese submundo tétrico habitado históricamente por tuberculosos desnutridos que cantaban a una luna imposible y desgraciada.
…para soportar la frustración, para volar, para sobrevivir, para destacar, para enloquecer, para cambiar el mundo, para caer en la bohemia, para viajar, para seducir, para enseñar al que no sabe, para superar la depresión, para protestar, para asesinar, para alcanzar la santidad, para comprar la fama, para olvidar, para inmolarse, para vivir y morir al mismo tiempo… Más de mil razones, recuerden. Carmelo Guillén Acosta sólo necesita una: para abrazar y querer día a día a sus amigos. Con esa le basta.
Para comunicarse, para sobrellevar la mediocridad, para impresionar, para pasar el rato en el bus, para envalentonarse, para hablar con Dios, para ligar, para soñar, para charlar con los muertos, para conocer gente nueva, para imaginar, para distraerse, para crecer, para protestar, para maldecir, para inmortalizarse, para salir de la enfermedad, para enviciarse, para estudiar a los clásicos,… Este sólo es el comienzo. A partir de aquí, hay más de mil razones por las que el hombre se echa la manta al hombro y se tira al monte de la poesía.
Carmelo Guillén Acosta lo tiene claro. Su vocación de poeta es tan generosa que nunca ha encerrado sus versos en un torreón bajo llave. Por eso, siempre que lo veo por la calle -Adiós, Carmelo-, los poemas se le desparraman por la sonrisa y, en el abrazo, un aire alegre asalta las esquinas haciendo florecer las macetas en los balcones. Por eso, la palabra poesía, en Carmelo, es siempre sinónimo de amistad.
Alguien más que yo soy es el último abrazo de Carmelo. Su espuela en esta ronda que reafirma ese estado de gracia. Él mismo lo advierte en las Palabras de reclamo que sirven como prefacio a los poemas: Ellos, los seres más allegados a mí, se pierden entre mis versos, me enriquecen interiormente y, por tanto, alimentan mi poesía, que nace del gozo de querer y de saberme querido. Poética rotunda y clara. Tan clara como su mirada de niño travieso. El libro -un sobrio volumen editado por la Fundación del Colegio de Aparejadores de Sevilla- recoge una pequeña antología que gira en torno al eje fundamental de esta razón poética. Esta se extiende desde Envés del existir (1977) y llega hasta La vida es lo secreto (2009), incluyendo al final el capítulo Y otros poemas, que adelanta cinco inéditos.
En la antología se encuentran los momentos más representativos de la maratón lírica del poeta Guillén Acosta durante estos últimos treinta años. Según el compás inconfundible del autor se derraman parsimoniosamente los versos, limpios y soleados, con una cadencia uniforme que contagia la alegría de vivir, la excepcionalidad de lo cotidiano, la celebración de la costumbre, la alabanza de lo pequeño. Carmelo Guillén Acosta hace crecer en torno al lector esa vida monótona del día a día y la eleva, transcendiéndola. Como en Santa Teresa, los pucheros cobran naturaleza de divinidad y se transforman en obras de arte. El milagro lo consigue el amor. Al hombre, a la vida, al aire (Mi vida se reduce nada más que a querer, / así levanto el día y así se me hace corto…).
Amistad, amor,… cara y cruz de la misma moneda. A veces indisolubles. Alguien más que yo soy no es un libro amoroso explícito, pero esa confusión de lindes hace que nos topemos con exponentes tan claros y bellos como el siguiente “Poema (sentimental) de amor”, composición que no podemos dejar de transcribir para disfrute del lector de esta reseña:
Contigo al fin del mundo y acabamos en cáceres
no llegamos más lejos porque el mundo termina
donde el corazón quiere nunca en otro lugar
por eso me decía contigo al fin del mundo
y yo preso en sus ojos creía que era aquello
si no el fin del mundo al menos su antesala
en cáceres me dijo y miré su mirada
en ella me perdí como en una ciudad.
Como no podía ser de otro modo, la cotidianidad del día a día se traduce en un lenguaje sencillo, directo, coloquial, casi prosaico. Fondo y forma en equilibrio. Jorge Guillén y Gil de Biedma proyectados al fondo de un paseíllo por el que desfilan los amigos: […] si no por qué me viene Fidel con editarme, / o quedo con Felipe a tiempo, siempre a tiempo, / o, hala, por qué César me llama por teléfono / y, mira tú por dónde, a sentirme a mis anchas, / o, digo yo, por qué, si no es porque me quieren […]. Sin embargo, esta coloquialidad no repercute en la profundidad de su obra. San Juan de la Cruz y Juan Ramón Jiménez se entrecruzan con la sabia voz anónima de la copla, del cantar, del flamenco.
De este modo, la antología avanza y surgen cabales reflexiones construidas sobre un monólogo interior lírico que sorprenden y se arraigan en el poema para que sean aprovechadas por el lector: A lo mejor es esto la amistad: verse a la vera / de alguien que contempla el mismo río azul / que tú y, sin pensarlo, / le dices algo así / como: -¡Qué!, ¿tú también? ¡Cómo me alegro!; o bien este otro ejemplo del arranque del poema “Solitarios”: Y siempre está de más quien no tiene esperanza / ni pone de su parte y se amarga en la vida…
Para finalizar, Guillén Acosta reserva lo más íntimo, quizás también lo menos optimista. Uno vuelve a los sitios donde se deja ver / la luz difuminada que entretejió la vida… Los padres, la ciudad, la autorreflexión. De especial intensidad resultan esas últimas páginas, las dedicadas a la selección de su último libro -La vida es lo secreto- y a los inéditos. Así, si la madre se retrata en un emotivo poema como consoladora, de la que fui engendrado, poco después es el recuerdo del padre el que asalta al poeta desde el cariño (y sigue vivo; y sigue enamorado / de mi madre…), para proseguir con la extrañeza de la ciudad natal (Ni siquiera los años que llevo aquí viviendo / dan razón de que haga de esta ciudad mi mundo…) y concluir en la confesión-balance “A los cincuenta y pocos”, donde “[…]hay palabras que / adquieren nueva vida: desastre, desandar, / desengaño, desgana, quizás deshabitado…". Quizás es la excepción que confirma la regla. Quizás es la constatación de que detrás de toda risa hay también un llanto que no respeta ni al poeta, aunque el poema se quede atrás (Por fuera, cerraré la puerta y pensaré / que el poema acababa justo al echar la llave).
Sully Prudhomme dejó escrito que no había en el día mejor momento que aquel en que dos amigos se reunían para hablar de cosas tristes. Cada vez que me topo con alguna composición de Carmelo Guillén Acosta recuerdo la sentencia y me reafirmo en su falacia. La poesía de Carmelo es una demostración de que el Premio Nobel francés se equivocaba. A pesar de que la tristeza, el desaliento o la incomodidad sobrevuelen el espacio, el amor –en cualquiera de sus manifestaciones- ganará la partida. ([…]Desde que te quiero, no sólo porque existes y / bebes de mi vaso el agua de tu sed, ten- / go mejor color y el tono de mi voz resulta / más suave […]). Es una manera distinta de mirar la vida. Es un modo diferente de enfocar la poesía, ese submundo tétrico habitado históricamente por tuberculosos desnutridos que cantaban a una luna imposible y desgraciada.
…para soportar la frustración, para volar, para sobrevivir, para destacar, para enloquecer, para cambiar el mundo, para caer en la bohemia, para viajar, para seducir, para enseñar al que no sabe, para superar la depresión, para protestar, para asesinar, para alcanzar la santidad, para comprar la fama, para olvidar, para inmolarse, para vivir y morir al mismo tiempo… Más de mil razones, recuerden. Carmelo Guillén Acosta sólo necesita una: para abrazar y querer día a día a sus amigos. Con esa le basta.
3 comentarios:
En esta reseña queda todo dicho. Enhorabuena a ambos (poeta y crítico).
La obra de Carmelo me acompaña desde que aprendí a leer y aprendí a sentir la poesía con él y gracias a él...pues sí, esa suerte he tenido en esta vida.
Y ahora que dedico más tiempo consciente al hecho de crear desde la pintura, no puedo dejar de leer sus versos cuando me viene a la cabeza una nueva obra: entonces la reafirmo y no queda más que encerrarme a pintar.
De amigos ando bien, entre otras cosas porque cuento con Carmelo entre los contactos de mi móvil y entre los contactos de mi e-mail, y hablo de él a mis otros amigos y me gusta presumir de que tengo todos sus libros y me gusta enseñarlos a todos los que quiero porque acercarles este poeta a su vida es para mi un acto de amor, otra muetra más de que los quiero.
De nuevo, gracias a los dos y perdón por mis torpes palabras.
Buena reseña, acertada y emocionada. Mis mejores deseos para Carmelo en este curso rafaelmontesinesco.
Juan
Gracias a ambos por la parte que me toca. De todos modos, lo tenía bastante fácil para comentar a este autor. Un abrazo.
Publicar un comentario