Ednodio Quintero
Candaya, 2009.
ISBN. 978-84-937077-2-9
336 pág.
18 euros.
Prólogo de Carmen Ruiz Barrionuevo.
Alejandro Luque
El mercado del libro ha fomentado en los últimos tiempos un modelo de público un tanto infantilizado: el que afronta el ejercicio de la lectura con un talante más bien pasivo, dispuesto, cómo no, a prestar atención con las manos sobre las rodillas, y a oír sin perder detalle el cuento que tengan a bien contarle, pero quieto en su pupitre y sin pestañear siquiera. Si usted pertenece a este género de lector dócil, me temo que no puedo recomendarle los cuentos de Ednodio Quintero. Entrar en ellos le asemejará más al surfista que abandona la orilla para abrirse paso entre la espuma de las olas, o al explorador que, machete en mano, va acometiendo la espesura sin saber qué le aguarda al próximo golpe. Si me preguntan de qué van los cuentos de este escritor vacilo en responder, del mismo modo que tendría dudas si me preguntaran de qué va el mar, o cuál es el argumento de la selva.
Aunque perteneciente a generaciones y escuelas distintas, no he podido evitar leyendo estos Combates acordarme de otro gran autor venezolano, Adriano González León, pero no al más popular de País portátil, sino al de las Crónicas del rayo y de la lluvia, libro que abrió la colección Calembé de Cádiz, y que aún puede rastrearse en algunas librerías de saldo. Tanto en aquel González León como en Ednodio Quintero hay una voluntad de dar protagonismo narrativo a las fuerzas de la naturaleza, de domesticarlas de algún modo a través de un lenguaje portentoso, e incluso de asimilar al propio lenguaje como un fenómeno más.
De los cuentos de Ednodio Quintero llaman la atención, entre otras cosas, esa primera persona cuya mirada parece abarcarlo todo, pero que al mismo tiempo no vierte certezas, sino preguntas abundantes, esos “interrogantes bizarros”, como él mismo los llama. En estas historias se registran sucesos, como es lógico, pero no me atrevería a hablar de acción, pues todo parece ocurrir fuera del tiempo y, salvo excepciones, en espacios imprecisos, imposibles de identificar geográficamente, a menudo sólo localizables en alguna zona entre el sueño y la realidad, “ese parapeto que llamamos realidad”, diría él. Esa lograda, serena extrañeza es la que a mi juicio emparenta a este venezolano con la obra de sus dilectos Akutagawa o Tanizaki, escritores sombríos y majestuosos, hasta el punto que ese gran lector que es Juan Villoro llegó a decir que Quintero se le antojaba “un representante desplazado de la literatura japonesa”.
Sus personajes se desenvuelven en medio de potentísimos estímulos sensoriales y profundas emociones; si se fijan un poco, comprobarán que ninguno sale indemne. El escritor es un guerrero, un profesional que asume altos riesgos, que se juega la salud, la integridad o la vida como quería Roberto Bolaño. Pero tampoco ninguna de sus criaturas sale indemne, como es imposible pasar por la vida misma sin acabar evaluando conquistas y derrotas, recompensas y heridas de diversa consideración. También como en la vida misma, en los cuentos de Ednodio Quintero hay una llamativa vecindad entre el placer y el dolor, entre el sexo y la muerte.
Estas son sólo algunas consideraciones a vuelapluma que se me ocurre hacer al hilo de la lectura de los Combates de Ednodio Quintero, este señor de ancestros indígenas y andino de cuna, formado en las ciencias y, por suerte para todos nosotros, rendido a la avasalladora llamada de la vocación literaria, un Ingeniero Forestal con alma de poeta y pluma fértil. Pero es tan sólo, ya digo, una simple aproximación. Tendrá que ser el lector decidido el que se atreva a entrar de cabeza en estas rizadas aguas, o el que avance en estas páginas labrando su propio sendero en medio de la vorágine. Se expone a los antojos de la marea y a los peligros de lo desconocido, pero, ¿quién dijo que esto de la lectura fuera para gente ociosa y acomodaticia?
El mercado del libro ha fomentado en los últimos tiempos un modelo de público un tanto infantilizado: el que afronta el ejercicio de la lectura con un talante más bien pasivo, dispuesto, cómo no, a prestar atención con las manos sobre las rodillas, y a oír sin perder detalle el cuento que tengan a bien contarle, pero quieto en su pupitre y sin pestañear siquiera. Si usted pertenece a este género de lector dócil, me temo que no puedo recomendarle los cuentos de Ednodio Quintero. Entrar en ellos le asemejará más al surfista que abandona la orilla para abrirse paso entre la espuma de las olas, o al explorador que, machete en mano, va acometiendo la espesura sin saber qué le aguarda al próximo golpe. Si me preguntan de qué van los cuentos de este escritor vacilo en responder, del mismo modo que tendría dudas si me preguntaran de qué va el mar, o cuál es el argumento de la selva.
Aunque perteneciente a generaciones y escuelas distintas, no he podido evitar leyendo estos Combates acordarme de otro gran autor venezolano, Adriano González León, pero no al más popular de País portátil, sino al de las Crónicas del rayo y de la lluvia, libro que abrió la colección Calembé de Cádiz, y que aún puede rastrearse en algunas librerías de saldo. Tanto en aquel González León como en Ednodio Quintero hay una voluntad de dar protagonismo narrativo a las fuerzas de la naturaleza, de domesticarlas de algún modo a través de un lenguaje portentoso, e incluso de asimilar al propio lenguaje como un fenómeno más.
De los cuentos de Ednodio Quintero llaman la atención, entre otras cosas, esa primera persona cuya mirada parece abarcarlo todo, pero que al mismo tiempo no vierte certezas, sino preguntas abundantes, esos “interrogantes bizarros”, como él mismo los llama. En estas historias se registran sucesos, como es lógico, pero no me atrevería a hablar de acción, pues todo parece ocurrir fuera del tiempo y, salvo excepciones, en espacios imprecisos, imposibles de identificar geográficamente, a menudo sólo localizables en alguna zona entre el sueño y la realidad, “ese parapeto que llamamos realidad”, diría él. Esa lograda, serena extrañeza es la que a mi juicio emparenta a este venezolano con la obra de sus dilectos Akutagawa o Tanizaki, escritores sombríos y majestuosos, hasta el punto que ese gran lector que es Juan Villoro llegó a decir que Quintero se le antojaba “un representante desplazado de la literatura japonesa”.
Sus personajes se desenvuelven en medio de potentísimos estímulos sensoriales y profundas emociones; si se fijan un poco, comprobarán que ninguno sale indemne. El escritor es un guerrero, un profesional que asume altos riesgos, que se juega la salud, la integridad o la vida como quería Roberto Bolaño. Pero tampoco ninguna de sus criaturas sale indemne, como es imposible pasar por la vida misma sin acabar evaluando conquistas y derrotas, recompensas y heridas de diversa consideración. También como en la vida misma, en los cuentos de Ednodio Quintero hay una llamativa vecindad entre el placer y el dolor, entre el sexo y la muerte.
Estas son sólo algunas consideraciones a vuelapluma que se me ocurre hacer al hilo de la lectura de los Combates de Ednodio Quintero, este señor de ancestros indígenas y andino de cuna, formado en las ciencias y, por suerte para todos nosotros, rendido a la avasalladora llamada de la vocación literaria, un Ingeniero Forestal con alma de poeta y pluma fértil. Pero es tan sólo, ya digo, una simple aproximación. Tendrá que ser el lector decidido el que se atreva a entrar de cabeza en estas rizadas aguas, o el que avance en estas páginas labrando su propio sendero en medio de la vorágine. Se expone a los antojos de la marea y a los peligros de lo desconocido, pero, ¿quién dijo que esto de la lectura fuera para gente ociosa y acomodaticia?
1 comentario:
Ése es el tipo de libros que a mí me pone a mil. :)
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