07 octubre 2009

Comida china

Los almuerzos.

Evelio Rosero

Tusquets Editores, 2009.
ISBN:978-84-8383-172-4

136 páginas

14 euros.



Juan Carlos Sierra

Después de Los ejércitos, magnífico libro con galardón incluido -el II Premio Tusquets Editores de Novela-, vuelve el colombiano Evelio Rosero por los andurriales literarios hispánicos -peninsulares y traspeninsulares- con la narración breve Los almuerzos.
Antes de meternos en la harina que espesa la narrativa desplegada por Rosero en este último título, será justo advertir, para quien haya leído con anterioridad Los ejércitos, que quizá la digestión de estos almuerzos le recuerde a la comida china, que más que saciar confunde el hambre por espacio de unas pocas horas. Y es que en Los almuerzos hay momentos interesantes, inquietantes, sorprendentes, apasionantes, altamente alimenticios, pero, una vez vuelta su última página, lo más probable es que se pueda pasar a otra lectura sin demasiada dificultad, sin tener la sensación de haber ganado demasiado en el intervalo.
La estructura narrativa colabora a ello. A lo largo de las páginas de Los almuerzos se van abriendo muchas puertas, detrás de las cuales el lector espera encontrar alguna que otra respuesta a los interrogantes que el hilo narrativo va planteando. Sin embargo, aunque no se trata de una novela que se cierre en falso, sí que quedan algunos cabos sueltos, principalmente los de Sabina, el personaje femenino más inquietante, y el de las ancianas de la Asociación Cívica del Barrio.
El título, Los almuerzos, hay que entenderlo en dos planos. Por un lado, el más literal, que se refiere a los llamados ‘Almuerzos de Caridad’ que dispensa la parroquia del padre Juan Pablo Almida a los más necesitados del entorno –prostitutas, niños de la calle o gamines y ancianos-. Quienes realmente gestionan este acto caritativo son Tancredo, un joven jorobado que vive bajo la tutela de Almida y que sufre en carne propia los conflictos internos que le produce el contacto con lo más desfavorecido de la sociedad bogotana, y las tres Lilias, tres ancianas recogidas por Almida responsables no sólo de cocinar para los almuerzos de caridad, sino sobre todo para su párroco y benefactor.
Por otro lado, el segundo nivel de interpretación de Los almuerzos, menos literal, hay que rastrearlo y hallarlo según avanza el libro. Tras la llegada del párroco San José Matamoros, misacantano borrachín y descreído, para sustituir en la misa de la tarde a Almida, las tres Lilias sufren una especie de revelación que les muestra a las claras la hipocresía de éste, la explotación que subyace en sus actos de caridad, especialmente para con ellas. A partir de este momento, las tres Lilias activarán su estrategia, regada con alcohol y resentimiento, para fagocitar al tirano Almida y a su cómplice, el sacristán Celeste Machado.
Y poco más hay en la novela de Rosero, si dejamos a un lado el buen oficio del escritor colombiano. En definitiva, una obra correcta, pero que muy lejos de dejar sin aliento al lector, efecto que muy bien se podría haber conseguido en las últimas páginas de Los almuerzos, le plantea la duda de las puertas a medio cerrar o los cabos sueltos.

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