01 octubre 2009

España, nipomanía y humor

España, aparta de mí estos premios.

Fernando Iwasaki

Páginas de Espuma

164. páginas

ISBN. 978-84-8393-043-4

15 euros



Jesús Cotta

Después del buen sabor que nos dejó con su Ajuar funerario y Helarte de amar, Fernando Iwasaki nos ha entregado este España, aparta de mí estos premios, con el que uno aprende de la condición humana y de España, disfruta de una buena pluma y, además, se ríe a carcajadas. ¿Qué más se le puede pedir a un autor?
El humor que este libro rebosa es una gentileza del autor, porque simplemente con el alarde literario que brilla en sus páginas ya nos daríamos muchos por satisfechos. Pero, encima, uno se ríe con él y no nos lo cobra.
Frente a autores ceñudos y cenizos que implícitamente nos invitan al suicido colectivo con cada una de sus obras, Iwasaki nos invita a la risa. Pero no se trata de una risa sarcástica o de meter el dedo en el ojo o de ajustar cuentas con nadie. Es la suya, y la del lector, una risa inteligente, con un fondo de piedad y simpatía hacia el género humano, y que consiste en sacarle partido a la realidad y llevarla hasta sus últimas consecuencias, que es el absurdo, como hacía Aristófanes. Los serios de España, los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo, tienen con este libro la oportunidad de curarse.
El libro no critica la existencia de premios literarios, ya que gracias a ellos los autores ganan dinero. Esta obra, más bien, partiendo de la cortedad de miras y los prejuicios ideológicos de muchas bases de concursos literarios, ridiculiza muchas cosas que en este país nos tomamos demasiado en serio y por las que no valdría la pena pelearse. El humor es un relativista la mar de sano.
Cada uno de los relatos del libro va precedido de las bases delirantes del concurso y seguido del inefable fallo del jurado. Y a todos esos concursos se presenta el mismo autor con el mismo relato, adaptándolo a las exigencias ideológicas de las bases. En ese relato pluriforme o, si prefieren el griego, polimorfo, el protagonista es un japonés de lo más simpático y extravagante gracias al cual el autor gana todos los concursos. El resultado es un libro desternillante, ingenioso, agudo, pero el adjetivo que más le cuadra es el de cojonudo. El libro es, pues, un homenaje a Japón, que siempre, y más con Iwasaki, ha caído bien por estos lares, y una colleja amable a esa parte de España que sólo con libros como éste podrá curarse la ideologitis, esa incapacidad para reírse de uno mismo y de sus propias ideas.
Los localismos y los nacionalismos, que nos pueden llevar a sobrellevar lo autóctono sólo porque es autóctono, la corrección política que por un multiculturalismo indiscriminado puede incluso llamar muerte digna al sepuku, la telebasura que con la excusa de la solidaridad y la información filma las miserias humanas, los prejuicios de los políticos, la memoria histérica e histórica... todo eso deja de ser absoluto y serio y solemne y sesudo en estas páginas de espuma y se convierte en relativo y gracioso. Recomiendo su lectura a todos los que estamos aquejados de alguna de estas enfermedades aburridas y tontas: nacionalitis, feminitis, multiculturalitis, esnobitis, patrioteritis, buenitis...
Para aquellos que sobrevivimos en la vida gracias al humor, libros como éste nos recargan la batería para varios días. El mismo autor dice en el prólogo, y lo dijo en la presentación del libro en Sevilla:
“Hay dos Españas y sólo es posible escribir para una de las dos. Mi elección es clara y rotunda: siempre escribo para la España que sabe reírse de sí misma”.
Con este libro he descubierto que mis escritores favoritos y mis mejores amigos pertenecen a esa España simpática, que es, en definitiva, la que siempre sale adelante, la que no esconde la cabeza ni pone el dedo en el gatillo.

3 comentarios:

Editorial Páginas de Espuma dijo...

Querido Jesús,

muchas gracias por tu lectura, atenta e inteligente.

Abrazos

Juan

Dyhego dijo...

Señor Cotta:
Me fiaré de su consejo y en cuanto pueda me compro el libro y lo leo.
Ya le contaré-
Un saludo.

Anónimo dijo...

Señor Cotta, apenas lo conozco, pero qué bien me cae usted por lo humano que se desprende de su escritura.