ISBN: 978-84-9877-283-8
40 páginas
7,69 €
Daniel Ruiz García
El libro que traemos a esta reseña, XIII Premio de Poesía “Alegría” y editado por Algaida, podría servir perfectamente como punto de partida para un ensayo sobre la Postpoesía o la Afterpoesía o la Poesía Mutante o cualquiera de esas modernas denominaciones que en estos tiempos le andan colgando a las creaciones de la joven novelística, la joven narrativa y la joven poesía española, y que básicamente tiene como aspecto supuestamente diferencial la supuesta ruptura con los cánones clásicos a través de una voluntad de amalgama, de un deseo de hibridación y de mezcla y absorción de lenguajes que no son propios de la literatura. En su libro premiado, que en realidad un poema extenso, José María Cumbreño esparce todos los elementos que permiten reconocer e identificar lo que es una obra postpoética, pero va un paso más allá –y aquí es donde podría plantearse la tesis de un ensayo-, logrando una creación que es un ejemplo perfecto de que la postpoética, o la poesía mutante, o el afterpop, cuando se asume como un medio y no como un fin en sí mismo, puede dar como resultado no sólo producciones logradas sino incluso –tal es el caso- brillantes.
Me explico. En Breve biografía apócrifa de Walt Disney, José María Cumbreño (autor joven pero bastante curtido en lides poéticas y creativas, con premios a sus espaldas tan sonoros como el de Narrativa Breve Generación del 27 o el Premio de Poesía Ciudad de Badajoz y con una docena de libros publicados) recurre a recursos de gran brillo y audacia con un inconfundible regusto postmoderno. Está, por ejemplo, el uso de las notas al pie como herramienta retórico-poética, sin más función que la de servir de añadido o de contrapunto del propio poema, ejerciendo por tanto como extensión del poema más allá de los límites de la propia página. Está el empleo de lenguajes técnicos o de ámbitos tan diversos como el científico, el periodístico, el coloquial o incluso el específico de las guías de cuidados para bebés. Hay una nota al pie que es (me atrevo a jurarlo) la simple trascripción literal de una hoja de reclamación aeroportuaria. Está la mentalidad de concebir el poema como una superposición de imágenes y de lenguajes, a modo de collage, con apariciones de la voz poética que no se imponen sobre otras apariciones, desde un planteamiento nada adoctrinador, sino más bien desde una visión humilde del poeta como mostrador de realidades. Pero por debajo de estos mimbres tan eclécticos subyace una clara voluntad poética que confiere al conjunto una linealidad, un tono marcadamente personal dominado por la ironía y por la ternura, que es lo que conduce a pensar que Cumbreño es un poeta hábil, uno de esos creadores inteligentes que saben encontrar el fondo por encima del deslumbramiento de las formas, para trasladarnos un mensaje, que en mi caso interpreto como el del valor de la paternidad, el amor a la esposa y a los hijos, por encima de las turbulencias y las agitaciones de la vida cotidiana y de los ritmos de la sociedad capitalista. Hay, entiendo, un viaje en avión, una visita a Eurodisney, el soniquete y las imágenes de cartón piedra de las películas y los personajes de Disney. Debajo de este escenario, que late transversalmente a lo largo de todo el poema, está el poeta que reinterpreta la realidad, desde una conciencia caótica y postmoderna, conduciéndonos hasta el cariño, hasta la ternura del padre que soporta estoicamente la invasión de los iconos del capitalismo impuesto –Disney Corporation, McDonalds, Starbucks...- y que disfruta del cariño de lo que más quiere en el mundo, sus hijos, su familia. Cumbreño es un poeta brillante en las composiciones sencillas. Y hay unas cuantas en este poema dedicadas a su hija: “Miro los ojos de Irene,/ que verán cuando los míos ya no vean/ y los suyos no puedan mirarme”. “Con una mano sostengo la suya/ (todavía no anda sola);/ con la otra cubro/ el pico de la mesa./ Ocupando la distancia/ entre el riesgo y la herida”. “La mano de Irene cabe en la mía./ Y los dos, juntos, dentro de este verso”. El logro es que estas composiciones sencillas, que son micropoemas insertos dentro del poema (poemas dentro de poemas, la dinámica de las matriuschkas, algo también muy postmoderno), es que no chirrían para nada dentro del tapiz general. En ello juega un importante papel, desde luego, la ironía, que también está muy presente a lo largo de toda la composición. Otro elemento personalísimo que distancia a Cumbreño de la tradición postpoética es la conciencia social, que se deja sentir a través de guiños hacia la población inmigrante trabajadora, hacia la guerrilla armada del Subcomandante Marcos o hacia las condiciones humanitarias de los prisioneros de Abu Grhaib. Todo mediante el recurso del collage, del corta y pega, que aquí se parece más bien a los samplers musicales que tanto peso tienen en artistas como Manu Chao, Beck o Dela Soul. Hay para mí dos momentos del poema que sintetizan de forma bastante gráfica su propio espíritu y su intencionalidad: “Ulises ya no pretende regresar a Ítaca:/ se conforma con encontrar a Nemo”, dice el primero. Una muestra de la perspectiva irónica desde la que Cumbreño asume su condición de poeta que pretende cantar al amor en medio de un contexto dominado por iconos abominables y altamente invasivos. La feliz derrota, la derrota distanciada e irónica es la única alternativa. Llegando al final del poema, Cumbreño sostiene, como su receta particular de felicidad: “Me encanta ver películas malas/contigo./Happy Meal”.
Un libro-poema, en definitiva, muy recomendable, y muy interesante para saber por dónde van los tiros de la poesía actual, y por dónde, en medio de tantos fuegos artificiales y tanto petardo ensordecedor, sería deseable que continuaran transitando las balas.
El libro que traemos a esta reseña, XIII Premio de Poesía “Alegría” y editado por Algaida, podría servir perfectamente como punto de partida para un ensayo sobre la Postpoesía o la Afterpoesía o la Poesía Mutante o cualquiera de esas modernas denominaciones que en estos tiempos le andan colgando a las creaciones de la joven novelística, la joven narrativa y la joven poesía española, y que básicamente tiene como aspecto supuestamente diferencial la supuesta ruptura con los cánones clásicos a través de una voluntad de amalgama, de un deseo de hibridación y de mezcla y absorción de lenguajes que no son propios de la literatura. En su libro premiado, que en realidad un poema extenso, José María Cumbreño esparce todos los elementos que permiten reconocer e identificar lo que es una obra postpoética, pero va un paso más allá –y aquí es donde podría plantearse la tesis de un ensayo-, logrando una creación que es un ejemplo perfecto de que la postpoética, o la poesía mutante, o el afterpop, cuando se asume como un medio y no como un fin en sí mismo, puede dar como resultado no sólo producciones logradas sino incluso –tal es el caso- brillantes.
Me explico. En Breve biografía apócrifa de Walt Disney, José María Cumbreño (autor joven pero bastante curtido en lides poéticas y creativas, con premios a sus espaldas tan sonoros como el de Narrativa Breve Generación del 27 o el Premio de Poesía Ciudad de Badajoz y con una docena de libros publicados) recurre a recursos de gran brillo y audacia con un inconfundible regusto postmoderno. Está, por ejemplo, el uso de las notas al pie como herramienta retórico-poética, sin más función que la de servir de añadido o de contrapunto del propio poema, ejerciendo por tanto como extensión del poema más allá de los límites de la propia página. Está el empleo de lenguajes técnicos o de ámbitos tan diversos como el científico, el periodístico, el coloquial o incluso el específico de las guías de cuidados para bebés. Hay una nota al pie que es (me atrevo a jurarlo) la simple trascripción literal de una hoja de reclamación aeroportuaria. Está la mentalidad de concebir el poema como una superposición de imágenes y de lenguajes, a modo de collage, con apariciones de la voz poética que no se imponen sobre otras apariciones, desde un planteamiento nada adoctrinador, sino más bien desde una visión humilde del poeta como mostrador de realidades. Pero por debajo de estos mimbres tan eclécticos subyace una clara voluntad poética que confiere al conjunto una linealidad, un tono marcadamente personal dominado por la ironía y por la ternura, que es lo que conduce a pensar que Cumbreño es un poeta hábil, uno de esos creadores inteligentes que saben encontrar el fondo por encima del deslumbramiento de las formas, para trasladarnos un mensaje, que en mi caso interpreto como el del valor de la paternidad, el amor a la esposa y a los hijos, por encima de las turbulencias y las agitaciones de la vida cotidiana y de los ritmos de la sociedad capitalista. Hay, entiendo, un viaje en avión, una visita a Eurodisney, el soniquete y las imágenes de cartón piedra de las películas y los personajes de Disney. Debajo de este escenario, que late transversalmente a lo largo de todo el poema, está el poeta que reinterpreta la realidad, desde una conciencia caótica y postmoderna, conduciéndonos hasta el cariño, hasta la ternura del padre que soporta estoicamente la invasión de los iconos del capitalismo impuesto –Disney Corporation, McDonalds, Starbucks...- y que disfruta del cariño de lo que más quiere en el mundo, sus hijos, su familia. Cumbreño es un poeta brillante en las composiciones sencillas. Y hay unas cuantas en este poema dedicadas a su hija: “Miro los ojos de Irene,/ que verán cuando los míos ya no vean/ y los suyos no puedan mirarme”. “Con una mano sostengo la suya/ (todavía no anda sola);/ con la otra cubro/ el pico de la mesa./ Ocupando la distancia/ entre el riesgo y la herida”. “La mano de Irene cabe en la mía./ Y los dos, juntos, dentro de este verso”. El logro es que estas composiciones sencillas, que son micropoemas insertos dentro del poema (poemas dentro de poemas, la dinámica de las matriuschkas, algo también muy postmoderno), es que no chirrían para nada dentro del tapiz general. En ello juega un importante papel, desde luego, la ironía, que también está muy presente a lo largo de toda la composición. Otro elemento personalísimo que distancia a Cumbreño de la tradición postpoética es la conciencia social, que se deja sentir a través de guiños hacia la población inmigrante trabajadora, hacia la guerrilla armada del Subcomandante Marcos o hacia las condiciones humanitarias de los prisioneros de Abu Grhaib. Todo mediante el recurso del collage, del corta y pega, que aquí se parece más bien a los samplers musicales que tanto peso tienen en artistas como Manu Chao, Beck o Dela Soul. Hay para mí dos momentos del poema que sintetizan de forma bastante gráfica su propio espíritu y su intencionalidad: “Ulises ya no pretende regresar a Ítaca:/ se conforma con encontrar a Nemo”, dice el primero. Una muestra de la perspectiva irónica desde la que Cumbreño asume su condición de poeta que pretende cantar al amor en medio de un contexto dominado por iconos abominables y altamente invasivos. La feliz derrota, la derrota distanciada e irónica es la única alternativa. Llegando al final del poema, Cumbreño sostiene, como su receta particular de felicidad: “Me encanta ver películas malas/contigo./Happy Meal”.
Un libro-poema, en definitiva, muy recomendable, y muy interesante para saber por dónde van los tiros de la poesía actual, y por dónde, en medio de tantos fuegos artificiales y tanto petardo ensordecedor, sería deseable que continuaran transitando las balas.
12 comentarios:
Buena reseña, y buen autor.
Suscribo lo dicho. Enhorabuena al autor y al analista.
Breves objecciones un poco maliciosas:
1:"ejerciendo por tanto como extensión del poema más allá de los límites de la propia página"
¿las notas están al pie de la página o en casa del poeta en algúna papelillo suelto?
2."que soporta estoicamente la invasión de los iconos del capitalismo impuesto"
al protagonista, ¿le obligan a ir a eurodisney y a mcdonalds bajo amenaza?
3. el pobrecito nemo, ¿"abominable y altamente invasivo"?
Estimada adela,
podemos discutir largamente sobre las dos primeras cuestiones, pero en la tercera estoy segura de que por más vueltas que le demos no hallaremos consenso, porque se trata de transitar por los procelosos mares de la percepción estética. Nemo a mí me parece abominable, desde luego, y de que es invasivo no tengo dudas. Tanto como lo es en estas navidades la dichosa remasterización de Blancanieves y los Siete Enanitos (a la que también alude por cierto José María en su poema).
Gracias, en todo caso, por los comentarios de los tres en lo que atañe a la crítica. El poema merece sus elogios y los de muchos otros, porque es una composición muy potente.
es verdad, intentan invadirnos, pero visitar eurodisney es algo más que soportarlo estoicamente, es incluso hacer de perpetuador del capitalismo yanqui, y pagando; claro que después nos sentimos mejor porque asistimos al espectáculo de forma distanciada e irónica, lo malo es que los niños no asisten igual... de todas formas, no es tan grave, ya se les pasará cuando crezcan, y por lo menos tenemos para unos cuantos poemas...;y todo esto son chorradas si el libro es bueno, os prometo volver a opinar con fundamento cuando lo lea, que ya me han entrado ganas.
saludos
Me parece muy acertado el análisis que se hace de Jose María Cumbreño, y me alegra que en el comentario se haga alusión al poema construido desde la emoción de la pequeña Irene. Enhorabuena por Jose y el autor de este comentario. Agradecido.
¿Otro intentando subirse al carro de la Nocilla?
Gracias por acercarme a nuevas teorías de la poesía y por acercarme la práctica de tus versos, próximos al cuadro de género. Angel Guinda.
Buena reseña y bueno el diálogo, gracias!
Me uno a las enhorabuenas por el libro y la reseña. Sólo un pero: me has birlado la reseña; sin embargo, me alegro, porque esta es la que me hubiera gustado escribir.
Enhorabuena, otra vez, a los premiados.
El pez grande se come al chico. Lo raro es que el pececito de Disney se haya tragado todo el submarino de Julio Verne.
Si un poeta bueno como Cumbreño da por supuesto que Nemo es un icono de Disney, o un reseñista bueno como Daniel Ruiz da por supuesto que el 'Nemo' que busca Ulises sólo puede ser ése, sí que estamos invadidos. ¿Estáis seguros de que Ulises es todavía el de Homero y que Itaca no es el nombre de una ensalada de McDonalds?
(No he leído a Cumbreño, pero me fío del criterio de Dani).
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